Autonomía estratégica en un mundo multipolar: más allá del prisma europeo

Strategic Autonomy in a Multipolar World: Beyond
the European Lens

Paulina Astroza Suárez1

Profesora titular en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales e integrante del Departamento de Derecho Público de la Universidad de Concepción

pastroza@udec.cl

https://orcid.org/0000-0002-4200-8006

Chile

Javier Sepúlveda Estrada

Asistente de investigación e integrante del Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Concepción

jsepulveda2017@udec.cl

https://orcid.org/0009-0000-0362-380X

Chile

Recibido: 12-diciembre-2024

Aceptado: 16-marzo-2025

Publicado: 15-julio-2025

Cómo citar este artículo:

Astroza Suárez, P., y Sepúlveda Estrada, J. (2025). Autonomía estratégica en un mundo multipolar: más allá del prisma europeo. Estado & comunes, 2(21), 19-40. https://doi.org/10.37228/estado_comunes.411

Estado & comunes

Revista de políticas y problemas públicos.

N.° 21, vol. 2, julio-diciembre 2025, pp. 19-40

Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN)

Quito-Ecuador.

ISSN impreso: 1390-8081 - ISSN electrónico: 2477-9245

https://doi.org/10.37228/estado_comunes.411

Resumen

En un escenario internacional fragmentado y multipolar, la autonomía estratégica emerge como una respuesta clave de los Estados frente a dinámicas globales líquidas e inciertas. Este artículo tiene como objetivo analizar las interpretaciones de la autonomía estratégica desarrolladas por la Unión Europea, India, Turquía y Corea del Sur, identificando sus particularidades y líneas de acción. La investigación adopta una metodología cualitativa-comparativa, basada en el análisis doctrinal y de los discursos estratégicos de cada actor. Los hallazgos revelan que, aunque el concepto tiene origen europeo, ha sido adaptado por otros Estados a sus respectivos contextos geopolíticos, lo que les permite gestionar sus relaciones con las grandes potencias sin perder capacidad de decisión. Este enfoque de las relaciones internacionales constituye un marco flexible y útil para los Estados que buscan preservar su soberanía y fortalecer su presencia en un entorno global en constante cambio, lo cual también podría resultar relevante para América Latina.

Palabras clave: autonomía estratégica, geopolítica, multipolaridad, no alineación, política exterior, rivalidad China-EE. UU.

Abstract

In a fragmented and multipolar international landscape, strategic autonomy emerges as a key response by states to the increasingly fluid and uncertain dynamics of the global order. This article aims to analyze the interpretations of strategic autonomy developed by the European Union, India, Turkey, and South Korea, identifying their specific features and lines of action. The research employs a qualitative-comparative methodology based on doctrinal analysis and the strategic discourses of each actor. The findings reveal that, although the concept has European origins, it has been adapted by other states to their respective geopolitical contexts, enabling them to manage relationships with major powers without compromising decision-making capacity. This international relations approach offers a flexible and valuable framework for states seeking to preserve their sovereignty and enhance their presence in a constantly evolving global environment— an approach that may also hold particular relevance for Latin America.

Keywords: strategic autonomy, geopolitics, multipolarity, non-alignment, foreign policy, China-US rivalry.

1. Introducción

Etimológicamente, la palabra ‘autonomía’ proviene del griego autos (αὐτός, “por sí mismo”), nomos (νόμος, “regla” o “norma”) y el sufijo -ία que denota cualidad. Así, autonomía alude a la capacidad de regirse por normas propias, es decir, de actuar con independencia, sin subordinación a una autoridad externa. Aunque este significado se ha mantenido en el tiempo, su aplicación ha evolucionado, especialmente en los ámbitos de la política, la cooperación y el multilateralismo. En la última década el concepto de autonomía estratégica ha adquirido relevancia en las agendas de Estados que procuran reducir la dependencia externa y mantenerse al margen de la rivalidad entre las grandes potencias (Álvarez, 2024) —principalmente entre Estados Unidos y China— en un contexto de creciente multipolaridad.

Si bien su origen conceptual se remonta al escenario de la Guerra Fría, vinculado a contextos militares y a la defensa soberana de los Estados europeos, su uso ha trascendido tanto geográficamente como su aplicación a otros ámbitos geopolíticos, como la política exterior, el abastecimiento energético, el desarrollo tecnológico y otros. En este sentido, el concepto supera la mera gestión de los entrapment risks. De forma general, la búsqueda de autonomía estratégica puede entenderse como una respuesta estatal frente a la excesiva dependencia de las grandes potencias, que conlleva riesgos en un entorno volátil, complejo y multipolar, caracterizado por perturbaciones socioeconómicas y cambios políticos abruptos (Vu, Ngo y Nguyen, 2024). En esta línea, Vinodan y Kurian (2024) identifican esta postura como una estrategia de cobertura (hedging strategy) ante la competencia entre grandes potencias.

Sin embargo, lo que en un principio fue concebido como un concepto europeo ha comenzado a emplearse —al menos en el plano discursivo— en otras regiones y países del mundo. Potencias regionales o emergentes que aumentaron su protagonismo en el sistema internacional, como India, Turquía y Corea del Sur destacan por haber adoptado y adaptado la autonomía estratégica, dotándola de características propias y vinculadas a sus respectivas realidades. Estos Estados reconocen la necesidad de ajustar sus estrategias para preservar el equilibrio en sus relaciones con las grandes potencias y proteger sus intereses nacionales. En este contexto, dicha autonomía se transforma en una herramienta clave para diversificar las alianzas, ampliar fuentes de influencia y adaptar las políticas exteriores a un entorno geopolítico evolucionado. Así, un concepto europeo puede reformularse y servir de marco útil para otros países que enfrentan dilemas en su posicionamiento internacional (Astroza y Sepúlveda, 2023).

El objetivo de este artículo consiste en analizar la correspondencia entre los enfoques de la autonomía estratégica que han surgido, identificando, al mismo tiempo, las particularidades de cada caso y las líneas de acción que estas potencias (Unión Europea, India, Turquía y Corea del Sur) han desarrollado en función de sus intereses nacionales y su posicionamiento en el sistema internacional. Entre los objetivos secundarios, el artículo propone, por un lado, explorar la adaptación de la autonomía estratégica a escenarios geopolíticos específicos y, por otro, evaluar la contribución del concepto en la redefinición de las relaciones exteriores con las grandes potencias en un mundo multipolar.

La metodología empleada es cualitativa y comparativa. De esta manera, se seleccionó y revisó críticamente la literatura académica sobre el concepto, así como sus distintas concepciones, lo que incluye enfoques europeos y adaptaciones en otros contextos geopolíticos. Por otro lado, se escogieron discursos oficiales, declaraciones políticas y se exponen algunas estrategias gubernamentales sobre autonomía estratégica para, luego, identificar las similitudes, divergencias y particularidades con que la Unión Europea, India, Turquía y Corea del Sur han formulado y aplicado este concepto en sus respectivas políticas exteriores. De modo que se contextualiza y revela la adaptación del concepto, lo que evidencia patrones comunes y matices específicos entre los Estados analizados.

Este artículo aporta a las discusiones contemporáneas sobre la multipolaridad del sistema internacional y los desafíos que esto implica para los Estados en materia de política exterior. En un contexto global caracterizado por relaciones más líquidas, impredecibles y dinámicas, el estudio de la autonomía estratégica resulta fundamental para comprender las maniobras, la diversificación de alianzas y el fortalecimiento de la capacidad de decisión de los actores medianos frente a las grandes potencias. Al comparar enfoques provenientes de diferentes regiones y tradiciones políticas, este estudio ofrece una mirada integral sobre un concepto en evolución, con potencial para redefinir los equilibrios geopolíticos actuales. La selección de los casos —Unión Europea (UE), India, Turquía y Corea del Sur— no es casual, ya que se trata de actores emplean el concepto desde hace una década en el marco de sus políticas exteriores y que han sido estudiados por separado, pero difícilmente de manera conjunta.

El artículo se organiza en siete apartados. El primero traza el origen histórico del concepto de autonomía, muestra su aplicación inicial en el ámbito de la defensa militar y su ampliación conceptual a temas económicos, tecnológicos y de política exterior en la Unión Europea. El segundo, tercer y cuarto acápites abordan y describen, de manera separada, los casos de India, Turquía y Corea del Sur, destacando los orígenes del concepto, los ámbitos de aplicación y las estrategias de inserción de cada actor en el sistema internacional. El siguiente apartado expone las similitudes y diferencias entre los actores, así como los objetivos y ámbitos de aplicación. En la sexta parte se plantea el rol que ocupa América Latina en la discusión, especialmente Chile, que el actor que más ha avanzado en la región y que ha incorporado en su discurso político reciente el término autonomía estratégica. Por último, se enuncian las conclusiones.

2. Un concepto europeo, ¿verdad?

La idea de autonomía surgió en Europa en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial mediante la iniciativa Organización de Defensa de la Unión Occidental (WUDO, por sus siglas en inglés), liderada por Benelux, Francia y Reino Unido en 1948; así, se buscaba crear un marco de cooperación militar y asistencia mutua. En ese momento, el cambiante panorama geopolítico de Europa requirió una estrategia para disuadir posibles amenazas de Alemania o la Unión Soviética, al tiempo que se intentaba contrarrestar la influencia de Estados Unidos, ya que existían preocupaciones sobre un posible dominio de este último en cualquier alianza (Česnakas, 2023). Sin embargo, a medida de que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se consolidaba como el principal garante de la seguridad europea —lo que llevó a la marginación de la WUDO, la integración de Alemania Occidental en el bloque y el rechazo de Francia a la Comunidad Europea de Defensa en la década de 1950—, el concepto perdió relevancia y quedó relegado, en gran medida, a la Guerra Fría.

Después de la caída del Muro de Berlín la idea de una autonomía europea resurgió en ciertos actores de la naciente UE y trascendió la relación trasatlántica. Uno de los primeros reconocimientos formales del concepto tuvo lugar durante la cumbre de Saint-Malo en 1998, en la que, tras los importantes cambios en el paradigma geopolítico de la década de 1990, los gobiernos de Francia y Reino Unido afirmaron que la recién formada UE “debe disponer de una capacidad de acción autónoma, respaldada por fuerzas militares creíbles con los medios para utilizarlas y preparada para responder a las crisis internacionales” (Sénat, 1998, literal 2, traducción propia). Como resultado, las primeras discusiones sobre autonomía se vincularon a la defensa y seguridad europeas, con énfasis en la capacidad de acción del continente, como lo destacaron Arteaga (2017) y Kempin y Kunz (2017).

Sin embargo, no fue hasta 2013 cuando el término “autonomía estratégica” se introdujo de forma explícita en el proceso de integración europea. Según Tocci (2021), el concepto fue articulado por primera vez por el Consejo de Asuntos Exteriores de la Unión Europea y, posteriormente, adquirió mayor connotación en la Estrategia Global de la Unión Europea de 2016, de manera particular, tras el referéndum del Brexit. Así, recién en 2017 surgió una definición concreta del concepto, que “implica la capacidad de actuar y cooperar con socios internacionales y regionales siempre que sea posible, al tiempo que se puede actuar de forma autónoma cuando y donde sea necesario” (High Representative of the Union for Foreign Affairs and Security Policy, Vice President of the European Commission and Head of the European Defence Agency, 2016, p. 4, traducción propia).

A diferencia de lo anterior, el término tiene una connotación mucho más amplia y se encuentra alejado de las concepciones de defensa y seguridad que lo caracterizaron previamente, siendo aplicable también al sector industrial, económico y tecnológico. De tal manera, la misma institucionalidad europea señaló que “la autonomía estratégica de Europa le permite reducir la dependencia de otros en relación con las cosas más necesarias: materiales y tecnologías críticas, alimentos, infraestructura, seguridad y otros ámbitos estratégicos” (European Commission, 2020, p. 13, traducción propia). Pero ¿qué ha provocado este cambio en la postura europea sobre la autonomía? ¿Por qué se ha producido una ampliación del concepto más allá de su ámbito tradicional?

Dos eventos significativos catalizaron esta transformación: la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos en 2016 y la emergencia sanitaria global de la covid-19 en 2020. La presidencia de Trump representó, por un lado, un gran desafío para las relaciones transatlánticas, de manera puntual, porque cuestionó el compromiso de Estados Unidos con el Artículo V sobre seguridad colectiva de la OTAN, en medio de las crecientes presiones de Rusia (Kempin y Kunz, 2017). Por otro lado, la pandemia de la covid-19 evidenció la dependencia de la UE de fuentes externas para necesidades críticas, tales como suministros médicos, energía y productos farmacéuticos. Bruselas enfrentó una situación precaria, agravada por otros factores que influyeron en la agenda europea, incluida la inestabilidad en las regiones vecinas y un entorno global más impredecible (Molina y Benedicto, 2021).

Así, la autonomía estratégica europea también responde a nuevos desafíos que antes no se vinculaban con la geopolítica, pero que hoy adquieren relevancia debido a la creciente interdependencia entre los diversos actores internacionales. Estos desafíos abarcan ámbitos como el económico (reforzando el rol del euro y el poder regulatorio de la UE), el industrial (por ejemplo, con el Plan Resilient EU2030, que busca fortalecer el liderazgo global de la UE mediante la consolidación de su producción interna, ofrecer respuestas a la emergencia climática y avanzar hacia la expansión comercial) y la defensa (Spain’s National Office of Foresight and Strategy, 2023).

En este último punto, se ha demostrado voluntad política para avanzar hacia una mayor integración. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, indicó que es razonable contar con un comisario de Defensa europeo que ayude a aumentar la capacidad industrial y de defensa del bloque (Roussi et al., 2024). Otros mandos como Margrethe Vestager (comisaria de Competencia y Europa Digital), Josep Borrell (alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores) y Thierry Breton (comisionario de Mercado Interior) también presentaron la Estrategia Industrial Europea de Defensa y el proyecto de Programa Europeo para la Industria de Defensa (European Commission, 2024). Por último, iniciaron los debates en la Comisión Europea para analizar la financiación de las capacidades de defensa de la UE mediante eurobonos o el Banco Europeo de Inversiones (Euronews y Gwyn, 2024).

Sin embargo, la invasión de Ucrania por parte del Kremlin en septiembre de 2022 fue un shock para este concepto y un llamado de atención para avanzar más rápidamente. No en vano, las acciones de Moscú subrayaron la posición aún latente de Estados Unidos como garante de la seguridad continental. Pero el crecimiento de la capacidad europea en defensa —que Koenig (2022) denominó un salto cuántico— también es innegable, de modo especial, tras la aprobación de la Brújula Estratégica y el Libro Blanco de la UE para la seguridad y defensa (Koenig, 2022). Políticamente, desde los inicios de la invasión mencionada, la UE atribuyó toda la responsabilidad a Rusia, declaró su solidaridad con Ucrania y subrayó la magnitud histórica de la agresión. Inició programas de asistencia económica, abrió el mercado europeo a Kiev y otorgó a Ucrania el estatus de país candidato para la adhesión a la UE.

Además, a nivel interno, se usaron y modificaron instrumentos económicos para proporcionar ayuda a Ucrania, tales como el Fondo Europeo de Paz. Asimismo, se entrenaron tropas ucranianas con el respaldo de la Misión de Asistencia Militar de la UE (Eumam Ucrania). También, se redujo la fragmentación organizativa de la UE, ya que Dinamarca decidió abolir la opción de exclusión de la Política Común de Seguridad y Defensa de la UE en 2022, y los ocho Estados bálticos ya pertenecen a la OTAN, participando en la cooperación de defensa de la UE (Helwig, 2023).

De manera que la autonomía estratégica es una realidad que busca implementarse en Europa. En palabras de Helwig (2023), mientras se busca un desacoplamiento de la UE respecto de Rusia y se reduce el riesgo en su relación con China, la UE utiliza sus ventajas comparativas para defender sus intereses y articular una respuesta en torno a ellos, en especial desde la dimensión económica (Helwig, 2023). Queda por analizar, de este modo, cómo se materializará e incrementará esta ambición en los próximos años, especialmente en un mundo cambiante, y cuál será la relación de la UE con Estados Unidos, cuyo momento político es complejo y abiertamente hostil con la segunda administración de Trump, que inició el 20 de enero de 2025.

3. El giro de India hacia la autonomía estratégica

Como uno de los principales fundadores y líderes del Movimiento de Países No Alineados, e históricamente conocida por adoptar este tipo de política exterior desde su independencia en 1947, Nueva Deli ha experimentado en las dos últimas décadas profundos cambios en su acción exterior, en especial desde el gobierno de Narendra Modi (2014 a la actualidad). Siguiendo a Jaishankar (2020), la política exterior bharatí pasó de un “no alineamiento optimista” tras la independencia a posiciones que salvaguardaban la seguridad estratégica con medidas pragmáticas. A principios de siglo XXI, India era un Estado con armamento nuclear y aprovechó las oportunidades para convertirse en un actor de equilibrio en el sistema internacional, tanto en sus relaciones con occidente como en la cooperación con otros actores, especialmente con los Brics (Jaishankar, 2020).

Pero ¿por qué India trascendió del no alineamiento? Esto puede comprenderse desde su respuesta adaptativa a los cambios estructurales del sistema internacional. Según Rajeev (2025), el colapso de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría marcaron un punto de inflexión: el mundo se tornó unipolar bajo la hegemonía estadounidense, lo que implicó la pérdida del principal aliado para India. Esta nueva configuración generó tensiones con Washington, cuyas agendas globales —en particular la proliferación nuclear y su papel mediador en el conflicto de Cachemira— fueron percibidas como intrusivas e incompatibles con los intereses de India. En este contexto, el país bharatí adoptó una estrategia de hedging o cobertura, combinando el acercamiento estratégico a Estados Unidos y el fortalecimiento de coaliciones intermedias como el G20, los Brics e IBSA2.

Posteriormente, ante la iniciativa del Giro hacia Asia (Pivot to Asia) promovida por la administración de Barack Obama y la emergencia de China como potencia rival, India reconfiguró su enfoque, buscando una posición de equidistancia relativa entre Washington y Pekín para evitar tanto el aislamiento como la confrontación directa (Jaishankar, 2020). Frente a un escenario cambiante y el nuevo rol de India en el tablero geopolítico, en 2013, la autonomía estratégica (रणनीतिक स्वायत्तता) surge explícitamente en la acción exterior bharatí cuando el ministro de Asuntos Exteriores, Salman Khurshid, señaló que “[…] en el pasado, teníamos nuestra posición de no alineados y, más recientemente, la describimos como nuestra posición de autonomía estratégica” (The Economic Times, 2013, párr. 11, traducción propia).

Según Kalyanaraman (2015), Nueva Deli emplea a la autonomía estratégica como la capacidad de Estado para perseguir sus intereses nacionales y adoptar su política exterior preferida sin verse constreñida por las decisiones de otros Estados. En un escenario multipolar, la maniobrabilidad diplomática es su herramienta primordial. En la actualidad, India propugna por una “alineación basada en temas”; es decir, en función de intereses y no de ideologías, protegiendo su “autonomía de decisión”, según el secretario de Asuntos Exteriores, Vijay Gokhale (Tourangbam y Vijayakumar, 2021).

A India, la autonomía estratégica le resulta más conveniente que el no alineamiento tradicional. Como señaló Tourangbam (2014), este concepto refleja de manera más precisa las realidades actuales de la política global —particularmente, la evolución de las relaciones entre India y Estados Unidos—, además de que carece del matiz antioccidental a menudo asociado al no alineamiento. Esta nueva comprensión es pertinente para navegar por las prioridades políticas de India en la emergente construcción de la arquitectura del escenario Indo-Pacífico, en la que el país tiene una presencia natural (Tourangbam, 2014). El caso de la autonomía estratégica bharatí surge en la práctica y tiene sus frutos. En materia de seguridad, India participa en las reuniones del Quad con Estados Unidos, Japón y Australia, pero también integra, desde 2017, la Organización de Cooperación de Shanghái, liderada por China y Rusia, equilibrando así su posición frente a Washington y Pekín.

Asimismo, posee una fuerte acción exterior con sus vecinos, diversificando los lazos. Las políticas de “Vecindad Primero” priorizaron la consolidación de relaciones estratégicas y el desarrollo cooperativo con los países del sur de Asia, mientras que la política “Actuar hacia el Este” buscó fortalecer los vínculos de India con el sudeste asiático, ampliando su influencia económica y geopolítica en la región. Estas políticas se concretaron cuando India impulsó la iniciativa humanitaria de la Vaccine Maitri, suministrando vacunas para la covid-19 a cerca de cien países desde enero de 2021 (Kiyota, 2022).

De la misma manera, lanzó el programa Iniciativa de los Océanos del Indo-Pacífico (IPOI) para institucionalizar su liderazgo en la región, a partir de la propuesta Seguridad y Crecimiento para Todos en la Región (Sagar), anunciada por el primer ministro Modi en 2015. Sagar alienta a los Estados a cooperar y coordinar esfuerzos para lograr un dominio marítimo seguro, protegido y estable, así como a tomar medidas significativas para la conservación y uso sostenible (Indian Council of World Affairs, 2022).

Mishra (2023) indicó que esto otorga a India el margen necesario para mantener sus lazos de defensa con Rusia, así como la cooperación estratégica y funcional con Irán, mientras se acerca estratégicamente a Estados Unidos y sus aliados asiáticos mediante el Quads. La retirada repentina de las tropas estadounidenses de Afganistán y su disposición a involucrarse de nuevo con China son indicios de la imprevisibilidad de la política internacional. India parece consciente de estos desarrollos y ha intentado mantener su política de multialineación como pilar de su formulación en política exterior. La insistencia de India en una política de este tipo también tributa a algunos de sus principios normativos de no alineación, incluso cuando incorpora elementos más fuertes de nociones pragmáticas y realistas en la elaboración de su política exterior (Mishra, 2023).

En este contexto, el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Jaishankar (2020), subrayó que la autonomía estratégica constituye un pilar central de la política exterior india. Señaló que el panorama internacional ha cambiado profundamente, al igual que los socios clave del país. Estados Unidos y China tienen una importancia sin precedentes, mientras que la relación con Rusia es una excepción más que una constante. Japón se ha convertido en un actor crucial en los cálculos estratégicos indios; al tiempo, Europa —particularmente Francia— ha sido redescubierta como socio estratégico fundamental. Las relaciones con los países del Golfo han alcanzado un grado de efectividad notable, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean) se ha acercado considerablemente y Australia ha ganado una relevancia creciente (Jaishankar, 2020).

También hay un claro énfasis en una vecindad ampliada, con África como eje de la cooperación para el desarrollo y la apertura de nuevas representaciones diplomáticas. Asimismo, el alcance diplomático indio se extiende cada vez más desde América del Sur y el Caribe hasta el Pacífico Sur y los países bálticos. Todo esto refleja una magnitud y profundidad en el compromiso global de India que hubiera resultado difícil de imaginar años atrás (Jaishankar, 2020).

4. Turquía, neootomanismo y autonomía estratégica

Tras la aprobación en 2017 de la reforma constitucional en Turquía, que otorgó amplios poderes al presidente Recep Tayyip Erdogan, el concepto de autonomía estratégica (Stratejik Özerklik) se convirtió en eje de discusión a partir del rol que debe desempeñar el país en el escenario internacional. En particular, el dilema este-oeste persiste en el debate turco, con inquietudes sobre las aspiraciones expansionistas y el neootomanismo, así como las dudas sobre si Turquía es un país europeo con aspiraciones de adhesión a la UE o como integrante de Eurasia (Ömur y Torun, 2022).

Según Yavuz (2022), Ankara ha transitado de una política exterior europeizada y cercana al libre mercado (2002-2010), hacia una islamizada tras la Primavera Árabe (2011-2013) y, recientemente, hacia una caracterizada por la militarización y la búsqueda de autonomía (desde 2013). Así, en Turquía, la lógica de la interdependencia y el rol de mediador-integrador fueron gradualmente reemplazados por la búsqueda de autonomía, acompañada de intervencionismo militar y diplomacia coercitiva en su entorno regional.

Pero ¿qué entienden por autonomía estratégica los turcos? Kutlay y Öniş (2021) señalan que el concepto es un atrápalo-todo utilizado para explicar las preferencias de Turquía, su creciente asertividad en asuntos exteriores y en el uso de la fuerza militar, así como los cambios en la estructura del sistema internacional, el escepticismo sobre el valor de sus aliados occidentales y las preocupaciones legítimas de seguridad en un contexto regional de mayores riesgos geopolíticos. En este sentido, la formulación de la política exterior de Turquía se encuentra en constante revisión y adaptación, debido a su naturaleza dinámica y a los desafíos que enfrenta en el ámbito internacional.

Haugom (2019) identificó dos objetivos que persigue el país con respecto a esta autonomía: primero, el desarrollo de una industria de defensa nacional avanzada, con inversión significativa en investigación, desarrollo y producción de tecnología militar para disminuir su dependencia de la importación de equipos y armamento extranjero; y segundo, la creación de alianzas flexibles con diversos Estados sobre diferentes temas, que permitan alcanzar objetivos específicos de política exterior de manera eficaz y adaptada al escenario internacional. Además, Kutlay y Öniş (2021) indicaron otras prioridades estratégicas. Entre estas:

Por otro lado, la autonomía estratégica turca se relaciona íntimamente con las ideas del neootomanismo. Para las élites conservadoras del partido AKP (Adalet ve Kalkınma Partisi), la identidad nacional debía redescubrirse desde el legado islámico y otomano, en oposición a las reformas occidentalizadoras kemalistas que intentaron construir esta identidad bajo los contornos del modelo europeo hegemónico. El AKP toma al Imperio otomano como referente ideológico para orientar su política exterior y legitimar su búsqueda de autonomía estratégica. En consecuencia, considera que Turquía se proyecta como la única potencia regional capaz de restaurar el orden en un Oriente Medio en caos (Yavuz, 2022).

En 2017, Turquía amplió su presencia en el Golfo y el Cuerno de África con la apertura de una base militar en Mogadiscio (Somalia). En 2020, consolidó su posición regional al extender su influencia al norte de África —particularmente en Libia— y al Cáucaso, mediante su participación en el conflicto de Nagorno-Karabaj. Curiosamente, mientras Turquía adoptaba una postura militarista y confrontativa, cultivaba al mismo tiempo un poder blando (soft power) singular en Oriente Medio (Bakir, 2023).

Sin embargo, la instrumentalización del legado imperial otomano parece más una justificación para la deriva autoritaria del régimen de Erdoğan, que una estrategia coherente. Esta retórica ha servido para legitimar acciones gubernamentales y obtener réditos políticos en el plano interno. Según Kutlay y Öniş (2021), la política exterior se utilizó para reforzar medidas de seguridad internas, desviar la atención de crisis domésticas y dividir a la oposición. La autonomía, en este marco, ha sido utilizada para generar dividendos políticos frente a acciones populistas por parte de Erdoğan. Pero la búsqueda desmedida de esto puede tener consecuencias no deseadas, como una relación cada vez más transaccional e instrumental con occidente, así como una creciente dependencia económica y de seguridad del eje Rusia-China, actores a los que Ankara se ha acercado en los últimos años.

Pese a las motivaciones internas que puedan impulsar la autonomía estratégica de Turquía, es fundamental reconocer que el país se enfrenta a un cambio de paradigma en el escenario mundial. Si bien es comprensible que el gobierno turco busca fortalecer su posición y proyectar liderazgo en la región, es crucial entender que el mundo experimenta transformaciones profundas que requieren una adaptación por parte de todos los actores internacionales y que la posición única de actor-puente entre oriente y occidente impulsa a Ankara a ser más asertiva y estratégica en sus relaciones exteriores. El rol que cumple Erdoğan entre Rusia y Ucrania en materia de exportación de granos mediante el mar Negro demuestra esta posición geoestratégica y de actor con influencia regional (İnat y Duran, 2023).

5. Corea del Sur y una autonomía estratégica en ciernes

La idea de una autonomía estratégica (전략적 자율성) también ha sido recogida en el Lejano Oriente, especialmente, en Corea del Sur. Desde la transición a la democracia ocurrida a finales de 1980, Seúl participa de la orquesta internacional mediante una política exterior abierta al mundo y a la globalización, consolidándose como una potencia media en la región (Yeo, 2023). Se caracteriza por ser un actor con un importante poder blando en tecnologías (Hyundai, LG, Samsung, entre otras marcas) y en su industria del entretenimiento (cine, videojuegos, K-pop, K-dramas).

Resulta curioso que sea Corea del Sur el país que recoja un término como la autonomía. Tras el armisticio de la década de 1950 que puso fin a las hostilidades, la política exterior de Seúl se encontraba íntimamente ligada a la de Estados Unidos, su principal aliado estratégico, quien influenció la capacidad del país asiático para maniobrar dentro de un ambiente regional constantemente competitivo (Rubiolo y Aguirre, 2023). Pero ¿qué motiva a Seúl a buscar nuevos lineamientos? Siguiendo a Lee (2021, p. 318), Corea del Sur lucha “[…] por encontrar su nicho en la intensificación de la rivalidad entre Estados Unidos y China, mientras que su menguante relación con Japón quedó relegada a un segundo plano”.

Asimismo, Rubiolo y Aguirre (2023) indican que ha tomado este rumbo para evitar quedar atrapada en la competencia entre Washington y Pekín, y para reforzar su posición como potencia media a nivel global y regional, elemento de interés nacional. Desde 1991, especialmente desde 2003, con la presidencia de Roh Moo-hyun y la presentación de la Iniciativa de Cooperación del Noreste Asiático (ICNA), Seúl avanza en la concreción de una estrategia de carácter regional que le permita un nuevo espacio de poder en la región y reducir la dependencia de Estados Unidos (Rubiolo y Aguirre, 2023).

Así, desde la ICNA, pasando por la estrategia de Global Korea y hasta la Northeast Asia Plus Community of Responsibility, existe una constante que mencionó Geun-hye (2012): el no preferir los lazos existentes con Estados Unidos por encima de China y viceversa. Esta última estrategia, constituida desde 2010 en adelante, contiene tres grandes ejes (Ministry of Foreign Affairs, Republic of Korea, 2017):

En ese sentido, Corea del Sur se comporta como una potencia media, ya que, como señalaron Easley y Park (2018), en términos de autonomía, estas potencias tienen mayores márgenes de maniobra que los países pequeños debido a las condiciones estructurales restrictivas. Sin embargo, no pueden mantener una diplomacia coercitiva y, por tanto, tienden a favorecer los mecanismos de cooperación en su política exterior. De este modo, también contribuyen a la construcción de instituciones y al fortalecimiento de estándares internacionales.

Pero ¿es Corea del Sur plenamente autónoma? Yen (2023) indicó que, pese a las múltiples acciones de Seúl, dicho país se comporta más por una ambigüedad estratégica que por una autonomía en áreas particularmente sensibles. Por ejemplo, mantiene una posición oficial ambigua respecto a las disputas en el mar del Sur de China por largo tiempo. Aunque ha expresado su apoyo a la libertad de navegación y llamado a resolver pacíficamente las disputas, sus respuestas a incidentes graves en la región han sido mínimas. Pese a que en ocasiones muestra una postura más firme bajo presión de Estados Unidos, como en 2015, rápidamente vuelve a adoptar una posición ambigua, como en 2018, cuando un buque de guerra surcoreano navegó cerca de las islas en disputa, desafiando las aguas territoriales que China reclama como propias (Yen, 2023).

Sin embargo, Corea está avanzando hacia su autonomía estratégica en la región. En diciembre de 2022, anunció oficialmente la “Estrategia para una región Indo-Pacífico libre, pacífica y próspera” como prueba de su compromiso con la región y su autonomía. La estrategia enfatiza en la prosperidad compartida de países afines y los derechos humanos, se opone a los cambios unilaterales y statu quo por la fuerza, defiende el orden marítimo basado en el Estado de derecho en el mar del Sur de China, la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwán, la libertad marítima y aérea, entre otros. Aunque no hace referencia directa a China, implícitamente condena sus acciones y apoya la intención de Estados Unidos de contener a su rival estratégico.

No obstante, la estrategia también sugiere el compromiso proactivo de Corea en puntos críticos de la región para afirmar su rol como una potencia intermedia. A pesar de ello, Corea del Sur enfatiza la comprensión de otros actores en su estrategia para la región Indo-Pacífico, declarando que no tiene por objetivo excluir a ningún país. Considera a China el principal socio para lograr la prosperidad y la paz en la región, con una relación sana, madura, basada en el respeto mutuo y la reciprocidad, pero también en el equilibrio e independencia en esta relación, especialmente en términos económicos (Yen, 2023).

6. Mismo concepto, diferentes versiones: ¿hay algo en común?

Si bien el concepto de autonomía estratégica tuvo inicialmente un desarrollo centrado en el pensamiento y la práctica europea, hoy en día ha sido adoptado y adaptado por múltiples actores internacionales que buscan reforzar su margen de maniobra en un entorno cada vez más competitivo, multipolar y fluido. Surge entonces una pregunta clave: ¿qué tienen en común estos enfoques y en qué se diferencian? Todos los actores aquí analizados comparten una aspiración fundamental: reducir su dependencia de las grandes potencias, fortalecer su soberanía decisional y posicionarse como actores más influyentes en sus regiones y en el sistema internacional.

La búsqueda de autonomía no implica necesariamente aislamiento o neutralidad, sino una estrategia flexible para ampliar opciones, diversificar las alianzas y gestionar las rivalidades geopolíticas sin quedar subordinados a intereses ajenos. Así como la Unión Europea busca equilibrar la influencia de potencias como Estados Unidos y China, por su parte, India, Turquía y Corea del Sur intentan fortalecer sus posiciones a nivel global y regional, adaptando el concepto a sus necesidades para evitar la subordinación a otros actores.

Sin embargo, estas similitudes estructurales no deben ocultar las divergencias que existen entre ellos. Cada actor configura su autonomía estratégica en función de su ubicación geopolítica, sus relaciones históricas, capacidades materiales y prioridades de política exterior. La Unión Europea, por ejemplo, interpreta la autonomía como una herramienta para fortalecer su cohesión interna y equilibrar su relación transatlántica con Estados Unidos, especialmente en los ámbitos de defensa y tecnología. India, en cambio, emplea el concepto como evolución de su histórica postura de no alineamiento, con un enfoque cada vez más activo en el Asia-Pacífico. Turquía lo convierte en un instrumento de autonomía táctica, oscilando entre bloques y explotando su posición geoestratégica. Por su parte, Corea del Sur se enfrenta al desafío de combinar su alianza estructural con Estados Unidos con una creciente ambición de liderazgo regional y su relación con Pekín.

Así, estos enfoques ilustran que la autonomía estratégica, más que una doctrina cerrada, es una práctica dinámica que se expresa de manera distinta según el contexto en que se desenvuelve cada actor. La tabla 1 resume los principales rasgos que definen a cada caso, sirviendo como base para un análisis comparativo más detallado sobre cómo los Estados medianos o con ambiciones regionales están reinterpretando su rol en un mundo cada vez más multipolar:

Tabla 1

Objetivos, ámbito de aplicación, diferencias y similitudes de la autonomía estratégica en los casos analizados

Aspecto

Unión Europea

India

Turquía

Corea del Sur

Objetivo principal

Reforzar la capacidad de acción independiente de la Unión Europea frente a las grandes potencias, principalmente Estados Unidos y China.

Permitir una navegación flexible entre las potencias mundiales, principalmente Estados Unidos y China, sin excesiva dependencia.

Mantener un equilibrio entre la influencia occidental y la cooperación con Rusia y China, al tiempo que busca fortalecer la influencia regional.

Diversificar las alianzas y reducir la dependencia de Washington, manteniendo al mismo tiempo un equilibrio frente a la competencia de Estados Unidos y China.

Ámbito de aplicación

Procuró, en un inicio, la defensa y la seguridad, pero luego se extendió a áreas como la industria y la economía.

Centrada en equilibrar las relaciones globales y mantener su independencia frente a las potencias emergentes.

Centrada en un rol regional dominante con influencia global, buscando una posición más autónoma frente a la competencia entre las grandes potencias.

Fortalecer la posición regional y global, al tiempo que gestiona la competencia entre las grandes potencias.

Diferencias

Comenzó centrándose en la defensa y la seguridad, y luego se expandió a otros sectores. Política exterior colectiva inmersa en el proceso de integración de la Unión Europea.

Integra la autonomía estratégica como un enfoque de política exterior, basado en el pragmatismo y abogando por una “alineación basada en temas” para evitar ser arrastrada a la competencia entre grandes potencias.

Combina la autonomía estratégica con una visión del neootomanismo y una política exterior más asertiva. Importancia de la influencia y posición regional de Ankara en Oriente Medio. Turquía como líder de la región.

Combina la autonomía con una estrategia de mediación regional y diversificación de alianzas con varios actores tradicionales y no tradicionales. Importancia de los procesos de generación de confianza mutua.

Similitudes

Búsqueda de autonomía, fortalecimiento de su rol regional y global, y gestión de las relaciones con las grandes potencias.

Fuente: Elaboración propia (2025).

٥. ¿Ideas para una autonomía estratégica para América Latina?

América Latina no está exenta de las presiones que impone la creciente competencia entre grandes potencias. En un escenario internacional caracterizado por la rivalidad estratégica entre Estados Unidos y China, la región está interpelada a posicionarse con mayor claridad y decisión. Estas tensiones globales no solo afectan los márgenes de maniobra de los Estados de la región, sino también plantean la necesidad urgente de repensar su inserción internacional desde una lógica de mayor autonomía y agencia propia.

De tal manera, la posibilidad de que América Latina alcance su autonomía estratégica conlleva una inquietud fundamental: ¿es posible para una región caracterizada por su diversidad, contrastes políticos y socioeconómicos, además de diferentes niveles de conflicto e inserción a la globalización, alcanzar un grado de autonomía que le permita gestionar eficazmente sus relaciones con las grandes potencias y fortalecer su rol en el sistema internacional? Esta discusión tiene raíces en la escuela de la autonomía latinoamericana y en las contribuciones teóricas de Jaguaribe (1979), Puig (1980), Tokatlian y Russell (2002), Vigevani y Cepaluni (2007), Gomes (2010), Actis y Malacalza (2021), quienes ofrecen una hoja de ruta hacia una mayor agencia regional en el escenario global.

La autonomía estratégica en la región puede entenderse, en abstracto, como toda capacidad y disposición que tienen los Estados para actuar, cooperar y relacionarse con actores internacionales y regionales de manera voluntaria, buscando la expansión de sus espacios de acción o mantenerlos frente a los impactos externos y sus efectos. Esto implica una combinación de resiliencia y proactividad: resiliencia para mitigar los efectos de las dinámicas internacionales adversas y proactividad para aprovechar oportunidades que les permitan ampliar la influencia y la capacidad de acción (Astroza y Sepúlveda, 2023).

Esto concuerda y rescata las ideas de Tokatlian y Russell (2002) sobre la autonomía relacional, entendida a partir de dos elementos: en términos de condicionamiento, es la capacidad y disposición de relación con el exterior, ejercidas de manera competente, comprometida y responsable. Mientras tanto, como interés nacional (con el objetivo de aumentar los grados de libertad), se basa en un nuevo patrón de actuación en el escenario internacional, acompañado de nuevas estructuras, identidades e ideas, así como de una comprensión —cada vez más relevante en las relaciones exteriores— de que el otro ya no es algo opuesto, sino algo integral al propio agente internacional (Tokatlian y Russell, 2002, p. 179).

Hasta el momento, Chile es el único país en la región que incorpora explícitamente el término de autonomía estratégica en su discurso político. El presidente Gabriel Boric destaca la importancia de este concepto en la formulación de la política exterior chilena, subrayando la necesidad de diversificar alianzas, fortalecer la cooperación regional y actuar de manera independiente frente a las grandes potencias. Lo ha señalado de manera expresa en diversos discursos: “Somos un país que no se somete a una sola hegemonía, sino que mantenemos una posición de autonomía estratégica, negociando al mismo tiempo y teniendo acuerdos con toda el Asia Pacífico, con China, con Estados Unidos, con los países de nuestra Latinoamérica, un tratado de última generación con Europa que ayer fue aprobado” (Presidencia de la República de Chile, 2024a, párr. 6, la negrita es propia); y “Chile es un país que ha basado su modelo de desarrollo en la apertura al mundo, con una posición de autonomía estratégica” (Presidencia de la República de Chile, 2024b, párr. 15, la negrita es propia).

Este enfoque busca equilibrar las relaciones exteriores de Chile con los actores internacionales, remarca la multipertenencia y promueve una mayor integración con el resto de países de la región. Sin embargo, se requiere de un mayor desarrollo conceptual que incluya y defina qué implicaría la aplicación de un lineamiento internacional, sobre todo si se considera que este se encuentra en formulación. Dicho enfoque debería traducirse en una política exterior chilena abierta al mundo, enfocada en la diversificación y profundización de las relaciones con otros actores internacionales.

Además, Chile debe aprovechar sus ventajas comparativas en el escenario global, priorizando los intereses y objetivos estratégicos definidos desde Santiago (Astroza y Sepúlveda, 2023). En este sentido, nos referimos a ventajas comparativas no como una noción estrictamente económica o material, sino como ámbitos que se configuran en función de las prioridades de la política exterior. Estas pueden estar relacionadas con sectores consolidados —como la minería del cobre—, pero también con áreas emergentes de alto potencial estratégico, tales como el desarrollo del hidrógeno verde, la astronomía, la defensa de los derechos humanos o la cooperación antártica.

Así, la ventaja comparativa también puede fundamentarse en las acciones concretas que el país ha llevado a cabo y en la credibilidad internacional que ha sabido construir en determinados ámbitos. Bywaters (2021), por otro lado, indicó que, ante la carencia de capacidades de poder duro —categoría analítica que distingue a las grandes potencias—, los países pequeños y medianos como Chile, por ejemplo, pueden ejercer influencia en su medio externo, mediante la concentración de sus actividades diplomáticas en ámbitos de acción alternativos que contribuyan a la buena gobernanza internacional.

Sin embargo, para avanzar hacia una autonomía estratégica, América Latina debe superar una serie de desafíos. La falta de cohesión política, la inestabilidad político-económica en la región y la crisis del Estado de derecho son algunos de los principales obstáculos, así como también la alta fluctuación de la política exterior de los Estados. Organizaciones como la Celac y la Unasur han intentado en varias ocasiones promover la integración regional, pero sus esfuerzos han sido limitados debido a diferencias ideológicas y rivalidades entre países (van Klaveren, 2018).

En este contexto, es esencial también redefinir las relaciones con las grandes potencias. La autonomía estratégica no implica aislamiento, sino la capacidad de negociar desde una posición de fortaleza relativa. Esto requiere diversificar las alianzas, profundizar los lazos con otras regiones y promover el multilateralismo como mecanismo para equilibrar las asimetrías de poder.

7. Conclusiones

El concepto de autonomía estratégica, cuyo origen y desarrollo se remonta a Europa en la segunda mitad del siglo XX, ha evolucionado y trascendido el prisma europeo para convertirse en una herramienta analítica de relevancia global. Inicialmente centrado en permitir que Europa actuara de manera independiente en un escenario internacional cada vez más desafiante en materia de seguridad y defensa, este concepto buscó reforzar la capacidad del continente para operar sin depender de sus aliados transatlánticos. Dicho objetivo cobró protagonismo con el fin de la Guerra Fría y los cambios en el panorama geopolítico tras los años 2016 y 2020.

No obstante, el ámbito de aplicación del concepto va más allá de ese contexto. En el mundo contemporáneo, países como India, Turquía y Corea del Sur adoptan y adaptan la autonomía estratégica para ampliar su margen de acción, fortalecer su rol regional y global, y gestionar sus relaciones con las grandes potencias en un entorno cada día más competitivo. Por ejemplo, India transitó de una postura de no alineación hacia una autonomía estratégica que le permite equilibrar sus relaciones con distintos actores, al tiempo que mantiene su independencia en una era de rivalidades globales. Turquía ha incorporado dicha autonomía en su política exterior, intentando equilibrar sus lazos tradicionales con occidente frente al fortalecimiento de sus relaciones con Rusia y China. Del mismo modo, Corea del Sur recurre al concepto para maniobrar en medio de la rivalidad entre Washington y Pekín, al tiempo que refuerza su posición como potencia regional y global. Incluso, puede afirmarse que América Latina —en particular Chile— ha comenzado a explorar la factibilidad y aplicación de dicho concepto.

En tiempos de fluidez y transformaciones aceleradas en el panorama internacional, la política exterior debe ser, al mismo tiempo, adaptable y pragmática. El concepto de no alineación, en sus diversas formas, no siempre ha constituido una estrategia adecuada, ya que hay situaciones en las que un Estado puede optar por alinearse con China, Estados Unidos u otra potencia, en función de sus propios intereses. En contraste, la noción de autonomía estratégica responde de mejor manera a las necesidades contemporáneas de los Estados. Ofrece un marco flexible que permite a cada actor perseguir sus intereses, promover su desarrollo y posicionarse como protagonista en la configuración de un futuro próspero y pacífico. Por tanto, la autonomía estratégica se alinea con los valores fundamentales de soberanía, agencia y adaptabilidad que buscan preservar los Estados en un mundo complejo y multipolar.

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  1. 1 También es directora del Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Concepción e integrante del Comité Asesor del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile en los casos presentados ante la Corte Internacional de Justicia.

  2. 2 Cooperación trilateral compuesta por India, Brasil y Sudáfrica. IBSA se ha entendido como un esfuerzo por diversificar las alianzas de India y reducir su dependencia estratégica.

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