Los grandes retos para la democracia ecuatoriana en la era poscovid-19
The great challenges for Ecuadorian democracy in the post-COVID19 era
Entrevista a Manuel Alcántara Sáez
Catedrático de la Universidad de Salamanca, España
Correo electrónico: malcanta@usal.es
Docente del Instituto de Altos Estudios Nacionales, Ecuador
Correo electrónico: ana.paredes@iaen.edu.ecc
Manuel Alcántara Sáez
Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología (1976) y doctor en Ciencias Políticas (1984) por la Universidad Complutense de Madrid, en la que fue profesor entre 1980 y 1993. Ha dictado cursos en distintas universidades españolas, así como en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales de Madrid; y en universidades extranjeras, entre las que destacan Georgetown University, Tulane University, Universidad Internacional de Kobe (Japón), Instituto de Altos Estudios de América Latina de Paría, Flacso-México, Flacso-Ecuador, Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín) y el Instituto de Ciencia Política de Lille (Francia).
Sus principales líneas de investigación giran en torno al estudio de las élites parlamentarias, los partidos políticos y los poderes legislativos, así como las elecciones en América Latina. Ha desarrollado estancias prolongadas de investigación en la Universidad de Carolina del Norte (Chapel Hill) y en la Universidad de Notre Dame. Sus libros de autoría única son: Gobernabilidad, crisis y cambio (México, 2004); ¿Instituciones o máquinas ideológicas? Origen, programa y organización de los partidos políticos latinoamericanos (Barcelona, 2004); Sistemas políticos de América Latina (Madrid, 2003) y El oficio de político (Madrid, 2020). Ha sido editor y coeditor de más de cuarenta libros. En el último de ellos se abordan los procesos electorales de la región (América Latina vota: 2017-2019. Madrid, 2020).
En la siguiente entrevista el profesor Alcántara reflexiona acerca de los retos para la democracia en el contexto iberoamericano. Se exponen ideas de actualidad con relación a los consensos mínimos necesarios para la era poscovid-19 en países como Ecuador, que en pocos meses contará con una nueva presidencia y parlamento. Desde un sentido crítico aborda los grandes desafíos que enfrenta la sociedad ecuatoriana, tales como la fatiga de la democracia, el uso de las tecnologías para nuevas formas de participación y la proliferación de organizaciones políticas que sitúan a Ecuador como el país con más organizaciones de este tipo en la región. La fatiga de la democracia a la que se refiere en varias de sus publicaciones es el resultado de una serie de cambios de las sociedades modernas, en los que el rápido desarrollo y difusión de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación desempeñan un papel notable, lo que da como resultado la polarización, tensiones y demandas entre actores sociales y políticos.
¿Qué papel deberían jugar las organizaciones políticas respecto al desarrollo de una cultura ciudadana mejor informada para fortalecer una democracia participativa?
La respuesta más simple para esta pregunta compleja es que las organizaciones políticas deberían “predicar con el ejemplo”, es decir, deberían tener un comportamiento impecable por el que no hubiera cabida en su seno, en primer lugar, a ningún atisbo de corrupción y, después, que fueran capaces de desarrollar en su forma de actuación su propia cultura basada en valores propios que se identifiquen con un ideario y un programa muy claro, debatido profundamente y asumido por todos sus integrantes. Dicho esto, a veces es insuficiente, porque las organizaciones políticas se mueven en una sociedad en la que están presentes otros elementos que son catalizadores de su actuación. Me refiero, por ejemplo, a la mayor o menor desigualdad existente, así como a los índices de exclusión social que se den. Cada vez es más relevante el impacto de las nuevas tecnologías que se han venido desarrollando en el último cuarto de siglo en el ámbito de la información y de la comunicación. En manos de la gente, de forma masiva, han cambiado su forma de actuar y han hecho a veces que la intermediación política tenga poco sentido. Curiosamente, estas tecnologías podrían dinamizar mucho la democracia participativa, pero hay mucho temor de quienes tienen las llaves del control de la política a la hora de regularizar su uso.
Desde su visión, ¿cuáles son los principales retos que enfrentará el nuevo Gobierno ecuatoriano para fortalecer su democracia? ¿Cuál debería ser su agenda y mecanismo de negociación política e institucional?
Algo he avanzado en el punto anterior. No son retos solo del Gobierno ecuatoriano, creo que son retos de prácticamente cualquier Gobierno mundial. El primer y fundamental reto es conseguir que las sociedades sean menos desiguales y más inclusivas. Si un país cuenta con la mitad de su población laboral inserta en la economía informal, las posibilidades de alcanzar una democracia mínimamente funcional son muy limitadas. Creo que el reto más importante es el de canalizar la participación en sus muy diferentes aspectos por medio de las nuevas tecnologías a las que he hecho ya alusión. Aproximándonos a alcanzar el primer cuarto del siglo xxi no es de recibo que no se hayan legislado mecanismos digitales de consultas ciudadanas que aseguren la privacidad de las personas que quieran intervenir y las condiciones de su validación (número/porcentajes de intervinientes, tipo de cuestiones a plantear, posibilidad de abrir foros de debate, etc.); tampoco es comprensible que no se hayan abiertos canales para la elección de autoridades por esa vía. En la era del bitcóin no se puede entender que las metodologías sofisticadas que aseguran la plena confianza en los procesos no se hayan empezado a aplicar a la política.
¿Cuál es el rol de los actores políticos y sociales en los procesos de democratización y construcción de identidades políticas (grupos LGBTI, ambientalistas, indígenas, movimiento de mujeres, otros)?
El tema de la identidad es uno de los que ha sufrido cambios más relevantes en los últimos años en dos direcciones: las identidades son inestables y múltiples. Los efectos de la lógica de la sociedad de consumo y de los patrones culturales del neoliberalismo, que subrayaron el papel de la competencia, unidos con la espectacular digitalización registrada, han puesto el mundo patas arriba. Pensemos en esto último: estas tecnologías gozan de siete características que configuran su frescura y su trascendencia. En primer lugar, son universales. En segundo término, son inmediatas, es decir, permiten la conectividad instantánea, en tiempo real. En tercer lugar, son portables y facilitan que la referida conectividad sea permanente y los usuarios se conectan desde no importa dónde se esté en virtud del acceso prácticamente irrestricto. En cuarto lugar, son reflexivas y posibilitan la respuesta y la interconexión. En quinto término, facilitan la hiperconectividad, por la que se puede estar a la vez en diferentes escenarios y son multifuncionales, posibilitándose al mismo tiempo el uso de la voz, el empleo de cámara de fotos, relojes, agenda personal, quioscos de prensa e instrumentos de pago en las cada vez más habituales operaciones de comercio electrónico. En sexto lugar, permiten agregar y almacenar técnicamente a multitud (millones) de preferencias. Finalmente, su propagación ha sido vertiginosa, pues el escenario recién descrito se ha alzado en un cuarto de siglo. En ese escenario los actores políticos y sociales tienen un papel muy limitado. Pienso que su capacidad radica en acompañar estos procesos, aunque también pueden hacer uso de ellos para su evolución.
¿Cuáles deberían ser las más urgentes reformas y reglas electorales que aporten el diseño institucional y la democracia en su conjunto?
Creo que hay que usar mecanismos de cadena de bloques para hacer plausibles procesos electorales virtuales y ampliar las formas de consulta ciudadana. El viejo acicate del control social que ejerce una parte de la ciudadanía, imbuida por el miedo, y una exacerbación de la autorresponsabilidad frente al resto más relajado, desempeña una función primordial de sanción-complemento del ejercicio del poder. Paralelamente, gracias a las nuevas tecnologías, la soberanía es sobre todo “transparencia digital y gestión de macrodatos” de acuerdo con lo que escribió hace muy poco Paul B. Preciado, instancias sobre las que los Estados tienen unas capacidades muy limitadas. Byung Chul Han, filosofo surcoreano, sostiene que es soberano quien tiene los datos. Según esa apreciación solo en Estados Unidos o en China el poder político se puede permitir decidir cuáles son las empresas socias del emporio gubernamental y definir las condiciones de colaboración; el resto de los países son observadores silentes de lo que, posiblemente, será una nueva guerra fría entre las dos potencias.
¿De qué manera podría transformar la forma de hacer política el uso de redes sociales y tecnología en general?
En la generación de Facebook existe una creciente preocupación por el aprecio al ego y al narcisismo, los cuales se extienden en la sociedad. Paralelamente, el diálogo en su expresión clásica, entendido como deliberación, aparece como una antigualla, e incluso queda criminalizado en la medida en que en las redes en las que la gente se mueve por innumerables estímulos se potencia el resentimiento identitario y se anula el pensamiento complejo. Se construyen identidades sobre la definición del yo, que tienen dificultades de expresarse políticamente porque, además, la política no despierta simpatía. Son identidades que se basan en emociones que exigen no solo respeto sino garantía de que los sentimientos no sean ofendidos o que, como señala Mark Lilla, politólogo estadounidense, cuando se presenta un asunto exclusivamente en términos de identidad se invita a que el adversario haga lo mismo. Esto es, se produce la potenciación del yo mediante mecanismos de autoproyección basados en las nuevas tecnologías. El confinamiento que ha traído consigo la pandemia de la covid-19 a lo largo de tanto tiempo puede estar contribuyendo a incrementar esta situación.
Las elecciones, tal como las conocemos, ¿son susceptibles de matizarlas o experimentar con alternativas que signifiquen nuevos escenarios para la democracia? Quisiera también conocer su visión respecto al experimento social realizado por el filósofo flamenco David Van Reybrouck, quien desarrolla una nueva corriente en su libro titulado Contra las elecciones: se trata de una democracia por sorteo que se aplica en la región germanófoba belga, fronteriza con Alemania, con muchas competencias políticas e incidencia en algo más de 75 000 habitantes.
La posición de Van Reybrouck es interesante, pero me parece que es más válida para comunidades relativamente pequeñas. Sigo pensando que la política es un arte suficientemente serio que requiere de verdaderos profesionales y que no puede dejarse en manos de advenedizos caprichosos. Se me podrá decir que mi posición rompe el principio democrático por el que todo el mundo tiene derecho a ser elegido. Es cierto. No se trata tampoco de defender una posición elitista en la que la política quede secuestrada por tecnócratas. Debe haber vías intermedias. Lo que me parece evidente es que todo nuestro entorno ha cambiado radicalmente y seguimos con reglas de juego emanadas de las grandes revoluciones de finales del siglo xviii. Es posible que las ideas de equilibrio de poderes o las que justifican la funcionalidad de los partidos políticos sean todavía válidas, pero no creo que lo sea su forma de actuar concreta, habida cuenta de todas las transformaciones que se han registrado en los últimos tiempos y que tanto han calado nuestra propia forma de vida y de comportarnos.
Fotografía: Wikipedia (2020).