Tema central
Conflictividad agraria e izquierda en una Argentina convulsionada, 1970
Left and agrarian conflict in a convulsed Argentina, 1970
Guido Lissandrello
Becario posdoctoral del Centro de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en la Universidad Nacional de Quilmes, Argentina
Orcid: https://orcid.org/0000-0003-0380-0460
Correo electrónico: g.lissandrello@hotmail.com
Recibido: 8-abril-2020. Aceptado: 3-junio-2020.
Resumen
En este artículo examinamos la relación entre un actor político (el Partido Comunista) y un actor social (las Ligas Agrarias), durante la convulsionada década de 1970 en Argentina. Mientras que el primero fue uno de los partidos de izquierda más longevos del país, el segundo corresponde a un movimiento social complejo, que surgió en una coyuntura de crisis económica y de importantes transformaciones tecnológicas y productivas en el agro. Otros estudios sobre organizaciones políticas de la etapa se centraron en sus vinculaciones con actores sociales urbanos, lo que opacó las relaciones que se tejieron con sectores rurales, que no escaparon a la tónica de protesta de la época. En la línea de saldar ese déficit, estudiamos este partido que fue el que mayor atención le brindó al campo, para comprender cómo se vinculó al movimiento liguista y cómo lo caracterizó desde lo teórico. A partir del estudio de sus documentos internos (actas congresales) y públicos (revistas teóricas y periódicos), reconstruimos su defensa de un campesinado argentino, atendiendo a las contradicciones presentes en dicho proceso. Este acercamiento iluminaría, desde otro ángulo, un problema historiográfico vigente: la naturaleza social de las Ligas Agrarias.
Palabras clave: Ligas Agrarias, campesinado, Partido Comunista, conflictos agrarios, izquierda, Argentina.
Abstract
In this article we examine the relationship between a political actor (the Communist Party) and a social actor (the Agrarian Leagues), in the convulsed 70’s in Argentina. While the first was one of the longest-running leftist parties in the country, the second corresponds to a complex social movement, which emerged at a juncture of economic crisis and important technological and productive transformations in agriculture. Studies on the political organizations of the period tended to focus on their links with urban social actors, thereby overshadowing the relationships that were woven with rural sectors, which did not escape the tone of protest of the time. In order to settle this deficit, we take this party that gave rural issues the most attention to understand how it was linked to the league movement and how it characterized it theoretically. Based on the study of its internal documents (congressional records) and public documents (theoretical magazines and newspapers), we reconstruct its defense of an Argentine peasantry, taking into account the contradictions in them. This approach would illuminate a current historiographic problem from another angle: the social nature of the Agricultural Leagues.
Keywords: Agrarian Leagues, peasantry, Communist Party, agrarian conflicts, left, Argentina.
1. Introducción
Los estudios sobre los actores políticos en la convulsionada década de 1970 en América Latina han tendido a centrar la mirada en las movilizaciones y luchas del movimiento obrero (Brennan y Gordillo, 2008; Löbbe, 2009) y del estudiantado (Millán, 2014; Califa, 2014), lo que les ha dado una impronta urbana. Sin embargo, lo cierto es que la conflictividad social no fue privativa de las ciudades. Por el contrario, existió una notable agitación en los espacios rurales, en particular, en países latinoamericanos en los que ese terreno tenía un grado de importancia económica significativo.
Argentina, espacio nacional al que nos dedicamos en este artículo, vio nacer en la década des 1970 una experiencia organizativa que integró a actores sociales del agro, en un momento en el que la economía experimentaba una importante transformación. Nos referimos a las Ligas Agrarias, fenómeno relacionado con los cambios que se operaban en el campo. En efecto, la ruina de ciertos productores se combinaba con la llamada “revolución verde”, proceso de cambio productivo que trajo el incremento de la mecanización (Bil, 2011), la utilización de semillas híbridas, nuevos pesticidas y fertilizantes, entre otras transformaciones (Barsky y Pucciarelli, 1997). El resultado fue un incremento notable de la producción y la productividad, que se operó con sufrimientos. Capas enteras de productores fueron desalojados de la producción o bien su posición se vio en peligro, debido a la dificultad de alcanzar los nuevos estándares tecnológicos. Esta fue la base social que protagonizó el descontento agrario de la década de 1970 (Sanz, 2012), junto con sectores obreros que vieron degradarse sus condiciones de trabajo y de vida. Dicho complejo escenario fue el que dio lugar a la emergencia de las Ligas Agrarias.
El movimiento liguista ha recibido atención en la bibliografía, sobre todo a partir de un debate aún no saldado: el de su composición social. Sin embargo, existe una arista poco explorada y que puede iluminar el problema: el de la relación de este actor social con un actor político que también cobró notoriedad en la etapa, nos referimos a los partidos de izquierda. Estos, en sus diferentes variantes,1 apostaron a la organización del sujeto obrero tradicional, es decir, el trabajador industrial. Sin embargo, no desconocieron la existencia de la conflictividad rural y, en consecuencia, esbozaron apreciaciones y caracterizaciones sobre la misma.
En este artículo tomamos como observable al Partido Comunista (PC). Se trata de uno de los partidos de mayor trayectoria en Argentina y que atendió, de forma particular, al llamado “problema agrario argentino”. En consecuencia, fue una de las organizaciones que mayor atención le brindó al espacio rural durante la década de 1970 e intentó acercarse al fenómeno liguista. Sostenemos, como hipótesis, que el PC encontró en aquel movimiento la expresión organizativa de una clase social que podía marchar de la mano del obrero industrial: el campesinado. En un momento en que los productores más afectados por la crisis empezaban a movilizarse y reclamar, el partido creyó encontrar allí la confirmación de sus definiciones acerca de la existencia de una opresión latifundista que ahogaba al campesinado local y ello, a su vez, confirmaba la necesidad de una reforma agraria. Detrás de ese rótulo único, sin embargo, asomaron realidades sociales diversas que marcaron contradicciones en el examen comunista.
Creemos que las apreciaciones del comunismo argentino muestran cómo la interpretación del liguismo estaba vinculada con ideas previas del partido, acerca de la naturaleza social de los sujetos agrarios, más que a una lectura atenta, rica en datos empíricos, del fenómeno en cuestión. Esto confluye con algunas lecturas historiográficas que se realizaron desde lo contemporáneo, como será la de Ferrara (sobre la que volveremos), pero que las distanció de aquellas que, años posteriores, recurrieron a una comprensión científica del liguismo, como fue, por ejemplo, la elaborada por Rozé.
Nuestra investigación es de carácter cualitativo e historiográfico, por tanto, se basa en la recolección y análisis de una variedad de materiales empíricos. Para llevar adelante esta empresa recurrimos al relevamiento y selección de documentos producidos por el partido, tanto aquellos destinados al debate interno (actas congresales), así como los artículos de sus revistas teóricas (que intentaban brindar fundamento teórico a los anteriores) y las publicaciones de prensa, que daban cuenta de las apreciaciones más cotidianas y coyunturales del partido sobre la actividad liguista. Mientras que estas últimas fuentes nos permiten ver cómo el comunismo visualizó la actividad de las Ligas Agrarias y sus demandas, las dos primeras nos permiten comprender sus concepciones teóricas sobre las mismas. Una vez que recolectamos y seleccionamos nuestro corpus documental, comenzamos su análisis distinguiendo en tópicos centrales: el programa político general del comunismo y el lugar de la cuestión agraria en él, cómo se evaluó el fenómeno liguista y, por último, qué lectura social se hizo del mismo.
A los efectos de cumplir con estos objetivos, estructuramos el artículo del siguiente modo. Comenzamos por una reconstrucción de la bibliografía que estudió el fenómeno liguista, para luego concentrarnos en una descripción empírica del fenómeno. Luego estudiamos el programa político del comunismo y el lugar que la cuestión agraria ha tenido en él. A renglón seguido, mostramos cómo el PC se posicionó frente al liguismo y de qué manera caracterizó la naturaleza social de sus integrantes. Por último, realizamos una conclusión que sistematiza nuestro aporte.
2. Los estudios sobre las Ligas Agrarias
Los trabajos sobre las Ligas Agrarias comenzaron de forma muy temprana, con elaboraciones contemporáneas sobre el propio objeto de la presente investigación. Desde una óptica más apologética que académica, Ferrara trazó un panorama según el cual las Ligas Agrarias del Nordeste argentino se caracterizarían por su homogeneidad ideológica (las “tareas antiimperialistas”, la “reforma agraria” y la “alianza obrero-campesina”) y su metodología de acción (las movilizaciones, paros y cortes de ruta), expresando como movimiento el “combate revolucionario” del “campesinado” (Ferrara, 1973, 2007). Hacia fines de la década de 1970 y durante la de 1980 se esbozaron interpretaciones académicas que trazaban un notable contrapunto.
Bartolomé (1977, 1982) en sus estudios sobre el Movimiento Agrario Misionero (MAM), impugnó la asimilación de este a un “movimiento campesino”, considerando que esta última era una definición que correspondía a propietarios que utilizaban tecnología simple y mano de obra familiar para producir lo necesario para su autosubsistencia. Sostuvo, por el contrario, que se trataba de sectores farmers que formaban parte de una economía mercantilizada en todo sentido, con una producción orientada al mercado, llevando adelante la explotación de sus tierras con mano de obra familiar y asalariada. Por ello mismo, su ideología no sería “revolucionaria”, sino una variante del “populismo agrario”, ideología que encontraba el foco del problema no en el sistema en su totalidad, sino en aquellos elementos que impedían una mayor capitalización de los farmers: las comercializadoras, las empresas procesadoras y productores rurales más eficientes. Esta perspectiva fue abonada por Archetti (1988), en un estudio sobre las Ligas Agrarias del norte de Santa Fe. Con estos estudios comenzaba a ponerse en cuestión tanto la homogeneidad de las ligas como su base campesina y su potencial revolucionario. Esta perspectiva fue retomada por Bidaseca (2006). Desde una óptica thompsoniana, Lasa (1985, 1987) interpretó el proceso de movilización de las Ligas Agrarias Chaqueñas (LACH) como un proceso de “lucha de clases sin clases”, en el cual estas se van construyendo una identidad de “sectores rurales subalternos”.
Los trabajos más profundos y acabados fueron realizados por Rozé, quien por medio del estudio de cada una de las Ligas Agrarias mostró la existencia de un amplio y complejo espectro de clases, capas y fracciones. En su interior, y dependiendo de la zona, se unieron desde la burguesía chica y mediana hasta semiproletarios en vía de proletarización. Todos ellos sufrieron con desigual intensidad los efectos de la crisis de sobreproducción de los cultivos comerciales característicos de cada región. Un agudo proceso de concentración y centralización expulsó a los más chicos y obligó a la reconversión a los productores capaces de asumir la producción en un contexto de tecnificación. La heterogeneidad de los afectados explica las diferentes líneas y formas de intervención de las ligas, que fueron desde la demanda de tierras y ocupaciones en enfrentamiento a los desalojos (accionar propio de la pequeña burguesía y el semiproletariado), hasta las movilizaciones por mejoras en los precios, intervención estatal y créditos baratos (demandas propias de las capas chicas y medias) (Rozé, 1995; 2007; 2010; 2011).
Esta perspectiva fue continuada por Galafassi en sus trabajos sobre la Unión de Ligas Campesinas Formoseñas (Galafassi, 2005; 2006; 2007), las Ligas Agrarias Chaqueñas (Galafassi, 2004; 2005) y el Movimiento Agrario Misionero (2008a). En discusión con Ferrara, este autor sostuvo que el fenómeno liguista se comprende mejor si se utiliza el concepto de “movimiento antisistémico”, en tanto que las ligas combinaron reclamos propios de movimientos nacionales como de movimientos sociales de tipo sindical o partidarios. En este sentido, la perspectiva del movimiento agrario no fue la de la oposición del capitalismo frente al socialismo, sino una óptica dependentista que apostaba por la “liberación nacional” (Galafassi, 2008b).
En paralelo, se fue constituyendo una línea de investigación que abordó el fenómeno desde la teoría de los movimientos sociales y la acción colectiva, que llevó a comprender la conflictividad social agraria de la década de 1970 como parte de un “asociacionismo reivindicativo” en defensa de los intereses de un colectivo, con un discurso de alta carga ideológica y de perspectiva universalista en sus reclamos (Lattuada, 2006). Desde esta óptica se investigó la relación de las Ligas Agrarias con las cooperativas y los sindicatos rurales (Moyano Walker, 2011) y la emergencia de la Unión de Ligas Agrarias de Santa Fe (ULAS) (Masin, 2009).
A inicios del siglo xxi proliferaron los trabajos que hicieron uso del testimonio oral. Aparecieron autobiografías de exintegrantes de las Ligas Agrarias (Olivo, 2013) e investigaciones basadas en enfoques biográficos que reconstruyeron relatos de vida de partícipes del MAM (Hendel, 2007). En este sentido, se desarrolló una perspectiva de investigación sobre las “memorias locales” (Calvo, 2011), estudiando la construcción de la memoria reciente del pasado liguista. Esta metodología fue utilizada tanto para abordar los efectos de la represión en el movimiento (Calvo, 2015; 2018) como para examinar el lugar de la evocación de la lucha liguista en la formación de las “organizaciones campesinas” actuales (Calvo, 2010; Calvo, Percíncula, Jorge, Buzzella y Astelara, 2008; Percíncula, Somma y Bruzella, 2008). En estos estudios se retomó la caracterización de las ligas agrarias como movimientos de base campesina, tanto porque esa era la autopercepción de los actores como porque, más allá de las situaciones estructurales, lo campesino sería un “modo de vida” particular (Calvo y Percíncula, 2012). Más allá de la perspectiva centrada en la memoria, existieron trabajos que intentaron estudiar las continuidades y rupturas entre la experiencia liguista y los procesos de organización actuales en el agro, tanto en la disputa por la tierra (Barbetta y Domínguez, 2016) como en el caso particular del MAM, que continuó perviviendo hasta la actualidad (Montiel, 2000).
La matriz de interpretación clasista de los movimientos agrarios, sin embargo, no desapareció. Los estudios de Farragut, centrados en las Ligas Agrarias Correntinas (LAC), intentaron ahondar en la naturaleza de clase de lo que llama el “sujeto liguista”. En oposición a las tesis campesinistas y homogeneizadoras, Farragut (2014; 2015; 2017) sostiene la existencia de diferentes fracciones de clase que confluyeron en el liguismo correntino, destacando como elemento central la existencia de una capa amplia de productores no propietarios cuyo trabajo era apropiado por otros productores por medio del pago de una renta.
3. El surgimiento de las Ligas Agrarias
Las Ligas Agrarias constituyeron una experiencia de organización corporativa protagonizada por diferentes capas de la burguesía rural, pequeña burguesía y proletariado con tierras de las provincias de Chaco, Formosa, Misiones, Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe. La influencia del movimiento liguista se puede dividir en tres zonas por sus características económicas: en primer lugar, la región algodonera, comprendida por los territorios de Chaco, Formosa y Santa Fe; en segundo lugar, en el norte santafesino predominaban los productores más grandes (explotadores de fuerza de trabajo estacional y permanente, y con una producción diversificada), en Chaco se agrupaban productores medios, que empleaban asalariados solo para tareas estacionales y con unidades productivas menos extensas; por último, en Formosa las producciones eran más chicas y estaban en manos de semiproletarios o productores de subsistencia, siempre bajo la amenaza de la expropiación y proletarización. De este modo, la región algodonera comprendió, en lo social, desde fracciones de burguesía media hasta proletarios con tierra, pasando por una pequeña-burguesía no explotadora. La caída del precio del algodón (por sobreproducción, surgimiento de tejidos sintéticos y la baja calidad del algodón local que le impedía competir en el exterior) significó la ruina de los más pequeños, con la consecuente pauperización, proletarización y expulsión de la tierra, mientras que para los medianos y grandes la crisis se manifestó como imposibilidad de capitalización y endeudamiento.
La primera experiencia de organización fueron las Ligas Agrarias Chaqueñas (LACH), cuyo principal reclamo fue el precio de sus productos, en disputa directa con las comercializadoras. Las cooperativas de comercialización ya no podían afrontar el pago de las cosechas a los productores, lo que las llevaba a atrasos y pagos en cuotas. Los productores tuvieron que recurrir entonces a acopiadores privados, que pagaban al contado a un precio menor. De allí que el reclamo corporativo por excelencia fueran los precios y el pedido de intervención del Estado, todo ello sostenido en un discurso “antimonopolista”, en el que se acusaba a los comercializadores privados (Rozé, 2011; Lasa, 1985; 1987; Galafassi, 2004; 2005).
En Formosa se conformó la Unión de las Ligas Campesinas Formoseñas (Ulicaf), que aglutinó de manera central a productores pequeños, semiproletarios o de subsistencia. Muchos de ellos incluso eran propietarios precarios de tierras fiscales. De allí que a la reivindicación de precios sostén se le sumara el reclamo por tierra y la denuncia de expulsiones. Esto, a su vez, se tradujo en acciones como la toma de tierras (Rozé, 2011).
Menos radical fue la intervención de la Unión de Ligas Agrarias de Santa Fe (ULAS), hecho que se explica por su composición: productores de mayores recursos, con ochenta hectáreas en promedio, tamaño muy superior al de las quince hectáreas que detentaba un productor promedio formoseño. Su capacidad económica les permitía diversificarse, campear así la caída del precio del algodón y sortear con mayores posibilidades la crisis (Rozé, 2011; Masin, 2009).
La segunda subzona productiva corresponde a la del cultivo de yerba mate, cuyo epicentro se ubicaba en Misiones. Allí la crisis del sector conllevó a una reestructuración productiva: se diversificó la producción hacia cultivos de alto rendimiento (té y tung) y se dio lugar a un proceso de concentración, que fue desalojando a capas de la pequeña burguesía y de la burguesía. Se inició así un proceso de movilización en el que se constituyó el MAM. Muchos pequeños productores pudieron reorientarse hacia los cultivos de altos rendimientos, no obstante, hubo un proceso de desaparición de pequeñas explotaciones e incremento de las grandes. Con todo, el protagonismo dentro del MAM lo detentó la burguesía mediana y grande, en defensa de los precios y los créditos, y en lucha contra la descapitalización (Rozé, 2011; Galafassi, 2008a).
La tercera subzona, comprendida por las provincias de Corrientes y Entre Ríos, vio nacer un movimiento liguista de menor envergadura. Las LAC agruparon a los productores tabacaleros que se organizaban contra los propietarios de las tierras que arrendaban y contra las comercializadoras, defendiendo precios sostén. Por su parte, las Ligas Agrarias Entrerrianas unieron a los productores graníferos y avícolas, también con motivo de la mejora en la comercialización (Rozé, 2011; Farragut, 2014).
Resumiendo, las Ligas Agrarias fueron el resultado organizativo del impacto que tuvieron las transformaciones agrarias en curso sobre un amplio y complejo espectro de clases, capas y fracciones. En su interior, y dependiendo de la zona, se unieron desde burguesía chica y mediana hasta semiproletarios en vía de proletarización. Todos ellos sufrieron con desigual intensidad los efectos de la crisis de sobreproducción de los cultivos comerciales característicos de cada región. Un agudo proceso de concentración y centralización expulsó a los más chicos e ineficientes y obligó a la reconversión a los productores capaces de asumirla. Imposibilidad de capitalización, endeudamiento, reconversión o expulsión fueron todos efectos de la crisis. La heterogeneidad de los afectados explica las diferentes líneas y formas de intervención, que fueron desde la demanda de tierras y ocupaciones en enfrentamiento a los desalojos (accionar propio de la pequeña burguesía y el semiproletariado), hasta las movilizaciones por mejoras en los precios, intervención estatal y créditos baratos, demandas propias de las capas chicas y medias.
4. El Partido Comunista y el problema agrario
Desde su fundación en 1918, el Partido Comunista (PC) le otorgó importancia al problema agrario. A pesar de esta preocupación inicial, recién en el VIII Congreso del partido (1928) se elaboró un programa agrario, de manera específica. A partir de allí se adoptó como consigna cardinal la “reforma agraria profunda” como única “solución progresista y revolucionaria”, en el marco de una revolución agraria y antiimperialista promovida por una alianza de clases entre el campesinado y el proletariado (García, 1968, p. 147).
Este aspecto ha sido destacado por la bibliografía que estudió la intervención del partido, aunque esa mirada ha quedado anclada solo en la primera mitad del siglo xx. Los trabajos de Graciano (2007; 2010; 2012; 2015) y Sartelli (2010) confirmaron que el comunismo en las primeras décadas del siglo xx optó por caracterizar el agro argentino como un espacio dominado por una oligarquía terrateniente parasitaria que reproduciría rémoras precapitalistas y oprimiría al verdadero productor de la riqueza, el campesinado. Respecto a su propuesta política para el agro, el PC penduló entre la colectivización y la consigna de reforma agraria, para inclinarse al final por esta última luego de la década de 1930.
En 1963 el Partido celebró su decimosegundo Congreso, en el que sancionó que las transformaciones revolucionarias debían seguir una vía pacífica, de forma preferencial. Asimismo, el partido ratificó que la revolución en la Argentina debía atravesar etapas. En la primera, en la que en el capitalismo se libraría de las trabas a su desarrollo (liberación nacional), la burguesía tendría un papel relevante que cumplir. La segunda, a la que se llegaría luego de cumplir la anterior, iniciaría la construcción del socialismo.
El programa elaborado caracterizaba a Argentina como “un país de desarrollo económico atrasado y desigual, dependiente del imperialismo, cuyo pueblo trabajador sufre grandes penurias” (PC, 1963, p. 3). El atraso y la dependencia serían los culpables de que la enorme riqueza nacional fuera arrebatada de las manos del “pueblo” por “un reducido grupo de grandes terratenientes, de grandes capitalistas y de monopolios extranjeros que los explotan unilateralmente” (Ibid.). Esta estructura capitalista particular habría obturado un “desarrollo económico independiente y una vida próspera y feliz a nuestro pueblo” (Ibid.).
En dicho planteamiento, la llamada “oligarquía” tiene un lugar central. Desde la declaración de la independencia del país, este grupo habría acaparado tierras en grandes extensiones, que dedicó a la ganadería y la agricultura en forma extensiva. Desde la década de 1930, entraría en alianza con el imperialismo, que extendió su dominio adueñándose de la infraestructura clave de la economía. Su acción combinada no solo produciría atraso, sino también un desarrollo desigual, privilegiando el Litoral por sobre el Interior y solo invirtiendo, en razón de su control del sistema bancario, en algunas ramas, bloqueando así la diversificación en el agro. La clave del problema nacional se ubicaba en el agro, cuya concentración impedía un verdadero despegue productivo que pudiera no solo incrementar los volúmenes agropecuarios, sino incluso impulsar un desarrollo industrial.
Aquellas evaluaciones llevaron a que el partido atendiera a un sujeto que excedía al tradicional obrero industrial: las “familias campesinas, los medianos y pequeños arrendatarios y propietarios, los medieros y aparceros” (PC, 1963, p. 16). En el particular desarrollo argentino, signado por la presión oprobiosa de la “oligarquía”, estos sectores se verían empujados a una situación que los obligaría a abandonar el campo, en medio de un proceso de concentración de la tierra. La baja de los precios por la acción de las comercializadoras, el incremento de los arrendamientos y de la carga fiscal, acabaría llevándolos a la ruina.
Con estas concepciones es que el partido elaboró la estrategia de “alianza obrero-campesina”, cuyo fundamento era una premisa que constituía el corazón político del partido: tanto el proletariado como el campesinado forman parte de las “masas laboriosas del campo”. Ambos eran productores en el sentido profundo del concepto: eran los que generaban valor en el campo y ambos, por tanto, eran explotados. En materia agraria, esta estrategia conllevó una consigna particular: la reforma agraria. Si el problema económico central del país era su atraso agrario, producto de la concentración de la tierra y de la existencia de una masa de desposeídos, su solución sería la fragmentación y reparto del suelo.
5. El comunismo frente a las Ligas Agrarias
Desde que comenzó a cobrar visibilidad la experiencia de las ligas, el PC leyó el fenómeno como la irrupción de las grandes masas pobres del campo en la escena política, y celebró su estructuración en la medida que permitirían “aglutinar desde las bases y lograr la mayor participación directa de nuevos sectores del agro laborioso” (Rosales, 1972, p. 243). En este sentido, su experiencia era asimilada a las “mejores tradiciones” del Grito de Alcorta2 y era evaluada como un avance en la conciencia de los sectores campesinos chicos y medios, abriéndose paso al enfrentamiento contra la oligarquía y los monopolios. De manera particular, el PC destacó su vocación democrática mediante la toma de decisiones en cabildos abiertos, nombre que recibieron por aquellos años las asambleas de productores (Nuestra Palabra, 24/11/1970). Sin embargo, se cuidó de señalar que este trabajo no debía complotar contra la actividad “por democratizar las entidades tradicionales del agro en manos de jerarcas claudicantes y fortalecer los movimientos sindicales y cooperativos (Rosales, 1972, p. 243). Es decir, que el trabajo sobre las ligas se combinó con el que se venía desarrollando de manera previa en el seno de la organización tradicional de los productores más chicos del agro, la Federación Agraria Argentina.
Ante este nuevo impulso del “movimiento campesino”, el partido se decidió a intervenir, para lo cual comenzó primero asumiendo la tarea de realizar un análisis acabado de la situación que vivía el nordeste argentino. Esta tarea contempló la convocatoria por parte de la Comisión Agraria Nacional del Partido a una reunión con los comités provinciales de las provincias en las que existía el liguismo, en febrero de 1972. Allí se ratificó el diagnóstico: la experiencia organizativa de las ligas estaba asociada a la crisis de pequeños y medianos productores por precios no remunerativos.
El comunismo no dudó en apoyar el programa del liguismo, al que consideraba adecuado en tanto recogía las necesidades inmediatas del campesinado y “amplios sectores populares”: precios compensatorios, salario adecuado para obreros rurales, apoyo y defensa de las cooperativas, reducción de impuestos, abaratamiento de los costos de producción y créditos que fomenten la producción. Asimismo, bregaba por desarrollar sus tareas de fondo: reforma agraria integral y nacionalización de los monopolios, es decir, una política nacionalista, antiterrateniente y antimonopolios.
Con esta línea, el PC apoyó la lucha de la UCAL y las LACH en defensa de precios compensatorios para el algodón (Nuestra Palabra, 27/10/1970, 24/11/1970 y 19/3/1975), de la Ulicaf (Nuestra Palabra, 24/2/1975 y 15/6/1971), las Ligas Tamberas de Santa Fe (Nuestra Palabra, 5/6/1973) y el MAM (Nuestra Palabra, 28/11/1972). En 1971 realizó un balance positivo sobre todo el movimiento agrario, señalando la existencia de una eclosión campesina que tendría tres virtudes. En primer lugar, no se limitarían a exigir aumento de precios, pondrían el foco en la estructura económica subdesarrollada, marginada e injusta, exigiendo la liquidación del latifundio mediante una reforma agraria. En segundo lugar, se solidarizaban con el proletariado. Y, por último, participaban jóvenes y dirigentes vinculados de manera estrecha con las bases.
6. El sujeto detrás de la experiencia liguista
Las Ligas Agrarias fueron entonces, para el comunismo argentino, la expresión organizativa del campesinado. Al respecto en el partido había pleno consenso, toda vez que la existencia de un campesinado argentino había sido parte constitutiva del programa comunista desde sus orígenes. Los campesinos fueron incluidos dentro de lo que el comunismo consideraba como capas laboriosas de la población argentina, espacio que compartían con la clase obrera. Sin embargo, para el PC, no se trataba de una clase en sentido estricto, sino de un “complejo de clases y capas sociales, que engloba a todo lo que en el campo nada tiene que ver con los monopolios imperialistas, los grandes terratenientes latifundistas y la gran burguesía intermediaria” (Kohen, 1968, p. 89). Dentro de ese complejo, entonces, se agrupan tanto fracciones de clase obrera (proletariado con tierras o semiproletarios), como de pequeña burguesía e incluso de burguesía, que se encontraban contenidas en la definición de las capas baja, media y alta del campesinado.
Aquella concepción era la consecuencia lógica de elaborar una definición por oposición. Cabría preguntarse por qué existiendo una realidad compleja y diversa dentro del rótulo campesino seguía teniendo pertinencia para el partido utilizar aquel concepto. En definitiva, el PC llamaba campesinos a todo aquel que tuviera alguna relación de propiedad o usufructo con la tierra en concentraciones moderadas, no latifundistas. Hasta aquí, no importaba si ese campesino recurría o no a la contratación de fuerza de trabajo, ni sus niveles de capitalización y posesión de medios de producción. Analizando cada una de las capas de esa clase, tenemos que los campesinos pobres eran:
[...] aquellos que no solo no tienen ganancias, beneficios, sino que ni reciben lo necesario para su sustento ni el de su familia que trabaja a la par, desde las criaturas hasta los ancianos, y que se ven obligados a emigrar a la ciudad para trabajar por un salario o a “changuear” por un jornal para el terrateniente. Pueden ser arrendatarios, aparceros o pequeños arrendatarios, pero en este último caso, sólo son “propietarios a medias”: se han convertido, de una u otra manera, en asalariados temporales o permanentes, por períodos más cortos o más largos. En lo fundamental, no pueden vivir sin vender su fuerza de trabajo o la de sus hijos al capitalista o al terrateniente. Por eso mismo Lenin los denomina “semiproletarios” (Kohen, 1968, p. 90).
Kohen reconoce que lo que él llama “campesinos pobres” eran, en sentido estricto, semiproletarios, es decir, personas que se empleaban como trabajadores en otras producciones y que, de manera eventual, extraían parte de su subsistencia con su propio trabajo en una pequeña parcela. Con relación a los llamados campesinos medios, estos eran la
[…] capa explotada por el terrateniente, sometida por las deudas, y en el caso concreto de Argentina, expoliada junto con todas las demás capas de campesinos trabajadores por el monopolio imperialista de la comercialización y la industrialización. Puede ser un arrendatario o un propietario, pero se distingue siempre por estar sometido, de una y otra manera, directa o indirectamente, al terrateniente. Debe trabajar para éste con la máquina que aún no terminó de pagar, a fin de hacer frente a las elevadas amortizaciones e intereses de la tierra que compró a plazos, o a las cuotas del tractor o la máquina, o las consecuencias de una mala cosecha, o al hecho que, aun habiendo obtenido un buen rinde “no pudo” colocar el producto convenientemente y lo malvendió […] Está sometido al monopolio intermediario, al que debe vender obligadamente y a los precios que le imponen. No es un campesino pobre; en los años buenos logra salir adelante […] carece de ahorros, y si los tiene, son bien escasos. […] Su propiedad sobre los medios de producción generalmente se trastueca: los medios de trabajo en los que puso el fruto de su propia labor y la de su familia […] lo atan, obligándolo a trabajar simplemente para mantener su posesión, se trata de la tierra o de la maquinaria (Kohen, 1968, pp. 91-92).
Si se lee con atención, se trata de una capa con capacidad de acumulación en pequeña escala: puede adquirir medios de producción (maquinaria, en lo fundamental), pero es esa misma adquisición la que la dejaría endeudada y al borde de la ruina. La definición, sin embargo, resulta ambigua debido a que no permite clarificar de modo real si se trata de una capa pequeñoburguesa (que podía o no explotar fuerza de trabajo, pero que no podía ella misma abandonar el proceso productivo) o burguesa y, por tanto, explotadora de trabajo ajeno. A ello contribuye la ausencia de datos empíricos, motivo por el cual las definiciones solo se nos aparecen como tipos ideales sin un correlato real que permita precisar su carácter social. En otro texto, un intelectual del partido dirá que es una “pequeñoburguesía rural” (García et al., 1964, p. 73) pero no define un elemento central: ¿son o no explotadores de fuerza de trabajo?
Otro escrito de García, el cual pretendía defender a los campesinos/chacareros como productores más eficientes que quienes detentan una gran extensión de tierra, señalaba: “Las explotaciones agropecuarias trabajadas por familias laboriosas de chacareros, han sido y son de mucha mayor productividad y ocupación de mano de obra, que las grandes explotaciones latifundistas” (García, 1963, p. 28). Aquí encontramos una contradicción. En este razonamiento los campesinos son los más explotadores en tanto son los que tienen mayor proporción de mano de obra ocupada. La lógica del partido queda al desnudo. En el momento en que se pretende definir al campesinado como capa laboriosa y oprimida, resalta su supuesto carácter no explotador. Luego, en el momento en que se busca presentarlo como vector del desarrollo del capitalismo en el campo, como verdadero productor frente al parasitismo oligárquico, se lo describe como un productor eficiente y explotador.
Es evidente que esta cuestión para el PC resultaba secundaria, toda vez que el partido reconocía la necesidad de alianza con capas de la burguesía nacional, es decir, con sectores explotadores, y fijaba la contradicción central en torno a la disputa con los terratenientes, agentes de una opresión que sufrirían también los campesinos medios. En este sentido, poco importaba si recurrían a la contratación de fuerza de trabajo, dado que el partido basaba su estrategia no en una delimitación de clase (burguesía frente a proletariado) sino en términos nacionales (nación frente a imperialismo). En efecto, las dos capas que acabamos de analizar constituían en la óptica comunista “sectores que giran a la izquierda, acompañando en forma creciente a la clase obrera urbana y rural” (Kohen 1968, p. 92).
Por último, queda la capa de “campesinos ricos” a los que se caracterizaba como parte de la burguesía nacional, cuyos intereses entraban en contradicción con el imperialismo y los terratenientes. La burguesía nacional era una clase clave para el PC, dado que encontraba en esta a un potencial aliado del proletariado, en virtud de la necesidad de culminar con las tareas democrático-burguesas pendientes, abriendo el paso a una nación desarrollada a plenitud e independiente. Muestra de la importancia de esta clase para el programa y la estrategia comunista lo constituye una mesa de debate convocada en junio de 1964 a los efectos de clarificar su definición, desde lo teórico. A dicho encuentro asistieron representantes de la Comisión Agraria, de la Comisión Estudios Económicos y de la Comisión de Asuntos Relativos al Pequeño Comercio e Industria, junto con miembros del comité de la revista teórica del partido, espacio en el cual luego se plasmaron las intervenciones y conclusiones de la actividad (González Alberdi, 1966).
El consenso teórico que allí se alcanzó sostuvo que la burguesía nacional era una capa cuyos intereses no estarían entrelazados con el imperialismo y la oligarquía, lo que se daría en diversos ámbitos de la economía: el comercio, el agro, el transporte o la industria. En estos sectores existirían capas burguesas que defendían intereses económicos y políticos nacionales. Sin embargo, se trataría de una clase vacilante, que ante el temor a la clase obrera podía decantarse en lo político por la oligarquía y el imperialismo. Ello no la dejaba fuera de la alianza revolucionaria, sino que introducía la necesidad de combatir sus vacilaciones y ganar a los sectores más progresistas para golpear al enemigo principal. Esto se facilitaría por el hecho de que “pertenecieron en el pasado a la clase obrera y participaron de sus luchas” (García, 1964, p. 80).
La fracción agraria de la burguesía nacional estaría representada por los campesinos ricos, que se fueron constituyendo en la pampa húmeda como resultado de un proceso de enriquecimiento de los inmigrantes que pudieron acceder a la tierra y capitalizarse. Esa acumulación, sin embargo, no evitaría una contradicción con los latifundistas, que los perjudicaban por el acaparamiento de tierra y de la comercialización e industrialización de la producción agropecuaria. Tal como queda implícito en su definición como burgueses, esta capa corresponde, de forma ya decidida, a sectores que explotan fuerza de trabajo.
El frente nacional que propone el PC contiene, de manera explícita, a estos sectores que el partido reconocía como explotadores de fuerza de trabajo. Desde lo corporativo, estarían representados por la Federación Agraria Argentina (FAA), las cooperativas agrarias y entidades tales como la Unión Cañeros Independientes de Tucumán (UCIT) o corporaciones de viñateros, tabacaleros, etc. En lo cuantitativo, ascenderían a unas 96 000 familias, es decir, casi medio millón de personas. Excluyendo al proletariado, pero considerando a los terratenientes, las tres capas campesinas representarían más del 90 % de la población agraria. En definitiva, una Argentina campesina.
Las consignas de estas capas estarían en oposición a las políticas proterratenientes y promonopolistas que los afectaban, tales como los precios de sus productos y los impuestos en general. Al tener un mayor nivel de acumulación, estos elementos no pesarían en su subsistencia de la misma forma que las capas más empobrecidas del campesinado, lo que los conducía a encontrar la raíz de sus problemas, no en la presión imperialista y la explotación de los grandes terratenientes, sino en la clase obrera y sus reclamos salariales. En ese factor encontraban la explicación de sus altos costos de producción y las trabas que tienen frente a la tecnificación y mecanización. Pero incluso al encontrar su enemigo principal en la clase obrera, no dejaban de reconocer que parte del problema se ubicaba en la política oficial de precios no compensatorios, en la incompatibilidad de la tecnificación con una estructura latifundista, el privilegio fiscal a los monopolios y los regímenes atrasados de tenencia de la tierra.
Es decir, a pesar de su conciencia inmediata, los fundamentos últimos de su lucha, lo reconocieran o no, se encontrarían en la estructura oligárquico imperialista. Ese es el razonamiento que realiza el partido para justificar la militancia en todas las capas campesinas y, en consecuencia, en el movimiento liguista en bloque. E incluso el PC reconocía que existía una capa de terratenientes “que explotan la tierra con métodos capitalistas”, por lo cual corresponde diferenciarlos de aquellos que son parasitarios y llevan adelante una producción irracional, y podrán quedar exentos de la expropiación de la reforma agraria si aceptan determinadas condiciones (Lebedinsky, 1966, p. 69).
7. Conclusiones
Las Ligas Agrarias constituyeron el correlato agrario de la aguda conflictividad social que, durante las décadas de 1960 y 1970, asoló a la Argentina. Fueron, no queda dudas, un movimiento de naturaleza compleja, tanto en sus especificidades territoriales y productivas como en su composición social. A los ojos del Partido Comunista, sin embargo, esa realidad aparecía captada de forma relativa de una manera simple y sencilla: detrás del movimiento liguista había una clase social definida, el campesinado. Y una consigna específica: la lucha por la tierra en pos de una reforma agraria que desatara el nudo que obstruía el desarrollo nacional. Esto parece confirmar los planteos de Galafassi, según los cuales en el movimiento liguista predominó una perspectiva de “liberación nacional”, compatible con aquella misma que defendía el comunismo argentino.
En la óptica comunista, el campesinado aparece como clase fundamental en el agro para el partido. Si bien se lo reconoce como aliado del sujeto principal, la clase obrera, lo cierto es que, como hemos visto, casi toda la política agraria del partido se basa en reclamos “campesinistas”: precios sostén, propiedad de la tierra, denuncia a los “monopolios” comercializadores, entre otras. El apoyo al pequeño y mediano capital agrario es consecuente a plenitud con la práctica del partido, que interviene en las Ligas Agrarias, las cooperativas y la FAA. En este escenario, el proletariado aparece como el verdadero convidado de piedra que, como más de una vez lo reconoce el partido de forma explícita, debía anteponer los reclamos campesinos frente a los suyos propios. Política que se condensa en un frente único contra la “oligarquía latifundista”, culpable final tanto de la ruina campesina como de la miseria obrera. De allí deriva la principal consigna que el comunismo agitó durante toda la etapa: la reforma agraria.
Como hemos visto, la mirada comunista puede emparentarse con la de los primeros estudios contemporáneos al fenómeno. Nos referimos a los trabajos de Ferrara. Las Ligas Agrarias eran entonces la expresión de un campesinado combativo que luchaba por la conquista de su principal reivindicación, la tierra. Lo cierto es que la definición comunista no estaba exenta de contradicciones. Si por momentos se reconocía en el campesinado a una “capa laboriosa”, que no sería más que traslación rural del proletariado, en otras ocasiones se reconocía que se ubicaba en las antípodas sociales de esa clase, pues se identificaba su carácter de empleador de fuerza de trabajo, para mostrarlos como los productores más eficientes frente a los latifundistas. El caso comunista, entonces, muestra las dificultades de intentar subsumir una realidad compleja como la de las Ligas Agrarias, que fueron el resultado de la acción de fracciones y capas de distintas clases sociales, bajo un concepto que pareciera no describir con exactitud una ninguna porción de la realidad, el de campesinado. Aspecto que, de modo parcial, reconocía el PC cuando señalaba la existencia de diferentes capas que, al final, correspondían a realidades de diferente naturaleza social.
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1 Nos referimos al conjunto de las tradiciones de izquierda que tuvieron encarnadura en partidos durante la etapa: maoísmo (Vanguardia Comunista y Partido Comunista Revolucionario), estalinismo (Partido Comunista), trotskismo (Partido Socialista de los Trabajadores y Política Obrera) y guevarismo (Partido Revolucionario de los Trabajadores), por mencionar a los más destacados.
2 Ciclo de protestas protagonizadas por pequeños y medianos arrendatarios en el sur de la provincia de Santa Fe, durante el año 1912. Puso en escena al sujeto que la izquierda identificará como chacarero o campesino y marcó el nacimiento de su órgano de agrupamiento: la Federación Agraria Argentina.