La geopolítica: paradojas y anomalías
Geopolitics: paradoxes and anomalie
Docente del Centro de Seguridad y Defensa del Instituto de Altos Estudios Nacionales, Ecuador
Correo electrónico: patricio.rivas@iaen.edu.ec
Recibido: 20-enero-2019. Aceptado: 19-marzo-2019.
Resumen
Este artículo postula que el campo geopolítico contemporáneo transita por una situación de singulares déficits teóricos y metodológicos, frente a los nuevos temas mundiales de mayor originalidad, como son los impactos de las nuevas tecnologías, los cambios climáticos, los movimientos sociales con impacto público, así como emergentes crisis de racionalidades inscritas en el marco más general de una amplia crisis de civilización en marcha. Se trata del agotamiento de la geopolítica clásica, así como del imperativo de formular una geopolítica más vasta y compleja, que trabaje más allá de los temas convencionales del Estado y las instituciones constituidas. En tiempos en los cuales los niveles de incertidumbre son crecientes y las reconfiguraciones de las relaciones de poder mundiales se aceleran en todas las regiones geográficas, políticas y culturales, es fundamental para la disciplina geopolítica hacerse cargo de las modificaciones del panorama del poder y sus factores en este siglo xxi.
Palabras claves: geopolítica, biopoder, biopolítica, crisis, incertidumbre, orden mundial.
Abstract
This article postulates that the contemporary geopolitical field transits by a situation of singular theoretical and methodological deficits, in front of the new world topics of greater originality, such as the impacts of new technologies, climate changes, social movements with public impact, as well as emergent crisis of rationalities inscribed in the more general framework of a wide crisis of civilization in progress. It is about the exhaustion of classical geopolitics, and about the imperative of formulating a more vast and complex geopolitics, which works beyond the conventional themes of the State and the constituted institutions. In times when levels of uncertainty are increasing, and reconfigurations of global power relations are accelerating in all geographical, political and cultural regions, it is essential for geopolitical discipline to take charge of the changes in the power panorama and its factors in this 21st century.
Keywords: Geopolitics, biopower, biopolitics, crisis, uncertainty, world order.
1. Introducción
El proceso de la historia es cruel con las disciplinas que no integran las densidades de la vida social; en el momento en que esto acontece, los saberes quedan situados en los espacios más arcaicos y rígidos del pensamiento humano. La geopolítica está impelida al desafío de actualizar desde abajo, a partir de los intersticios de lo social, su mirada sobre las estructuras del poder local mundial, las relaciones de biopolítica y poder, que se amplifican rápidamente y que generan un orden mundial provisional, repleto de incertidumbres.
Este artículo tiene por objetivo analizar los flujos mundiales actuales que impactan las aproximaciones teóricas más clásicas de la geopolítica. Partiendo de una sumaria revisión histórica de los orígenes de esta disciplina en Alemania y Francia, se abordan procesos actuales que tensionan las nociones y enfoques teóricos tradicionales de la geopolítica, como son la aceleración del tiempo, las nuevas tecnologías, el agotamiento tendencial del Estado-nación, la pérdida de los monopolios legítimos del poder por parte del Estado y el vertiginoso ascenso de Asia y China que disputan la hegemonía de la cuenca del Pacífico. Para destacar, seguidamente, los vaticinios del futuro del mundo, pronósticos que oscilan entre la construcción de un mundo multipolar abierto y complejo, hasta la opción de un mundo apolar sin centro estable.
No obstante, lo que se postula es el agotamiento de las analíticas clásicas de la geopolítica y las ciencias políticas para realizar prognosis amplias. En efecto, temas como el cambio climático, migraciones, integrismos, que no son específicos de una región del plantea, pero que afectan las relaciones de poder a una escala más general, tienden a ser soslayados por la geopolítica clásica.
La ruta sugerida implica revisar enfoques teóricos, tendencias y problemas que expresan la extenuación de la geopolítica dominante y que insinúan a su vez campos emergentes, como categorías susceptibles de aportar a la actualización temática de los análisis geopolíticos. No cabe duda que la noción de geografía y territorio debe incorporar en la actualidad. de un modo orgánico, la noción de ciberespacio y la construcción de comunidades de sentido que no tienen un arraigo territorial.
La necesidad de actualización radica en que este no es el mundo de los fundadores de la geopolítica estratégica, de Halford Mackinder (1904), quien postulaba la expansión terrestre como centro del dominio mundial, y tampoco de Alfred Mahan desde la hegemonía marítima, es el mundo de las guerras de cuarta generación y de las relaciones de poder como potencia que modela el espacio, el tiempo y las vidas.
2. Huellas arqueológicas de la geopolítica
El inicio de la geopolítica se sitúa en un plano disciplinario fraguado por los imperativos de la geografía del poder del Estado, que se ve y piensa desde arriba. Su primer ímpetu refiere a un determinismo geográfico muy localizado en la Alemania de finales del siglo xix que se extiende hasta el período de entreguerras, en un clima de un positivismo histórico arquetípico del debate germano.
En aquel momento, los máximos exponentes de la geopolítica alemana, desde Alexander Von Humboldt, Friedrich Ratzel (1897), Rudolf Kjellén (1916)1 a Karl Haushofer (1928), en contraposición con las visiones legalistas de la ciencia política, tomando prestada la teoría de la evolución darwiniana, propondrán analizar el Estado desde la totalidad del territorio, desde sus recursos y poblaciones, prestando especial atención a la influencia de los factores geográficos, a la ubicación de los pueblos en el espacio y sus relaciones con sus vecinos próximos, en términos de competencias y conflicto. Todo ello, en un ciclo intelectual y político marcadamente influido por el vitalismo y por un romanticismo exacerbado, sustentado en la nostalgia de Imperio, de convertir a Alemania en una gran potencia mundial.
Friedrich Ratzel (1897), geógrafo alemán, considerado el fundador de la geografía política, es uno de los primeros autores en analizar al Estado como un organismo viviente y territorial que requiere de un espacio vital para su expansión y desarrollo. entendía al Estado como un número de personas enlazadas al territorio, del cual extraen su sustento y a partir del que desarrollan un sentido de pertenencia y vínculos con otras individuos. Desde esta misma perspectiva, Rudolf Kjellén (1916), quien también asume la noción de Estado-organismo, postula que su evolución debía entenderse desde cinco ejes: desde la organización política del territorio, del estudio de los recursos económicos del Estado, desde una aproximación demográfica, desde la estructura social del Estado y a partir de su organización constitucional y gubernamental.
Esta línea de pensamiento, basada en la concepción del Estado como espacio vital —lebensraum— continuará ampliándose en la escuela de Múnich, con la llegada de Karl Haushofer, quien desde 1921 hasta 1939 se desempeñó como catedrático en el Instituto de Geografía de la Universidad de Múnich. Para Haushofer, la geografía era esencial para comprender la acción política y para gobernar con eficacia y su desatención había sido una de las causas de la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial. Desde su perspectiva teórica el análisis político no debía centrarse en las relaciones externas, sino en el estudio del espacio vital en el que se desenvuelve la vida de los Estados.
El aporte de la escuela alemana y que perdura hasta la actualidad es haber destacado la importancia de las condiciones geográficas en el estudio de la política, de los Estados y sus relaciones. Las críticas, se centran en el exacerbado determinismo geográfico, en la omisión de otros factores y en que sus postulados influenciaron tanto el afán expansionista de la Alemania nazi, al alimentar la creencia que un Estado que no se desarrolla y crece está condenado a decaer y perecer, como la configuración de una política exterior sustentada en el conflicto y en la ocupación del territorio geográfico y cultural como espacio vital.
De esta forma, su proximidad al Tercer Reich y su utilización en la Italia de Mussolini, en la España de Franco y en las dictaduras militares del Cono Sur de América Latina, derivó en que durante décadas la geografía política se convirtiera en un área de estudio predominantemente militar y como un constructo cuasiabandonado en los espacios académicos.
Desde otro vértice, la aproximación francesa, entre los que destacan los geógrafos Paul Vidal de La Blanche, Camille Vallaux, Maximilien Sorre, resalta que lo que sostiene el proyecto humano es su voluntad y determinación. Desde esta perspectiva, los Estados y comunidades son el resultado tanto de factores geográficos, como de la voluntad, de la determinación histórica, de la acción colectiva y de la densidad de los grupos humanos, ideas dinámicas que operan como factor diferenciador de la noción estática de la geografía y geopolítica alemana.
En el caso de Vidal de La Blanche, se le reconoce el mérito de haber pasado desde una visión física de la geografía a una noción compleja que abarca factores económicos, políticos y humanos, aspectos que son desarrollados en Cuadros de la geografía de Francia y en Los pueblos de la India, obras en las que se considera que es posible situar el origen del pensamiento geopolítico francés (Salgado, 1961). Si bien el autor no es partidario de un determinismo geográfico simple, sí postula, a partir del análisis de las relaciones entre la geografía, la historia y la política, que el devenir histórico está influenciado por causas geográficas; y que el Estado es resultado de congregaciones de regionalismos geográficos que comparten un interés político común, es decir, el Estado surge de la subordinación geográfica de las partes al todo.
Maximilien Sorre, discípulo de Vidal de La Blanche, propone que es fundamental comprender el hábitat, la forma en que los individuos y las comunidades organizan su entorno, el medioambiente en que habitan y que transforman continuamente; se trata de una aproximación ecológica de la geopolítica. No obstante, es posible concluir que en ambas tradiciones existe un sesgo determinista y fatalista de origen, situado en la ubicación territorial.
Son estas las huellas arqueológicas de la geopolítica que se fueron ensamblando con el desarrollo del análisis estratégico y de las ciencias políticas, que desde la década de 1960 comienza a abrirse hacia nuevos temas que trascienden los conflictos entre Estados, y que se sitúan en el estudio de la geopolítica interna, de las fuerzas y relaciones de poder locales, nacionales y mundiales, en el análisis de los nuevos movimientos sociales que no tienen una centralidad clásica, en las migraciones y en el impacto geopolítico del cambio climático.
Por otra parte, en las últimas décadas han irrumpido hibrideces fructíferas que son ensanchadas por nuevos autores, quienes, a partir de los primeros años del siglo xxi, influenciados por la escuela radical de Yves Lacoste (1976), o por Immanuel Wallerstein (1974) con su teoría del sistema-mundo, o desde la economía de Paul Krugman (1997), o por Peter Taylor (1994), han desarrollado nuevas teorías y modelos. Sin embargo, pese al fructífero despliegue de la geopolítica, se evidencia una marcada lentitud teórica y programática para aportar un mayor entendimiento interdisciplinario de los factores que explican la realidad mundial y la persistente hegemonía del orden occidental.
3. La irrupción de la hegemonía occidental
La configuración de Occidente emerge con impactante éxito mucho antes que la irrupción de la geopolítica. Paul Kennedy (2017) señala en su clásico libro, titulado Auge y caída de las grandes potencias, que el año de 1500 marca el paso de lo premoderno a lo moderno, transformación civilizatoria que se expande de forma desigual a todos los rincones del planeta, y en el cual es posible observar el inicio del predominio económico y cultural del occidente europeo, vinculado al desarrollo del sistema capitalista.
Ese Occidente le fue dando forma y contenido a la modernidad (Habermas, 2008). La conjunción Revolución Industrial y modernidad dotaron al orden emergente de un espíritu agresivo y expansionista, rasgo distintivo del mapa político mundial que perdura hasta hoy (Marx & Engels, 2012, 2014; Weber, 1993). Este modelo se basó en la expansión del sistema capitalista, en el control comercial y marítimo, en la ocupación militar, en la explotación de los territorios conquistados, en una refinada política de alianzas entre las potencias europeas y en la división interna de sus adversarios. Desde fines de siglo xv el espacio geopolítico de Occidente era el mundo.
Al servicio de la consolidación de este nuevo orden, las poblaciones fueron sometidas tanto a las lógicas disciplinares occidentales, basadas en la vigilancia y castigo, en los espacios de la política, la escuela, la fábrica, el ejército y la familia, como a las identidades religiosas y nacionales (Deleuze & Guattari,1985; Foucault, 2006; Guattari & Rolnik, 2006). Siendo el Estado y sus sistemas políticos el actor central concurrente en las diversas modalidades del sistema internacional. La figura del Estado, para los fines del saber estratégico, era el vértice que piensa el tiempo, el espacio, la vida social y productiva; es un Estado de la geopolítica antes que ella misma.
Así, desde el siglo xvi existe una fuerza estructural de expansión del orden mundial capitalista tanto en extensión como en profundidad. Los largos períodos de constitución han estado marcados por el poder de dominio y ocupación de los espacios mundiales, sus rutas, mercados, control de las fuerzas de trabajo y recursos y tecnologías. El capitalismo nace como un orden geopolítico, de ahí que sus lógicas operacionales están en constantes condiciones de guerra tanto como de proyección del poder.
Aplaca con sus recursos materiales toda resistencia de regiones y pueblos que intentan mantener sus ancestrales formas de vida. Entre los años 1450 hasta mediados del 1600 se tejen las bases materiales de una economía mundo. Luego se verifica un ciclo largo de consolidación y de crecimiento, definición de fronteras y estructuras políticas en los centros del sistema, que se prolonga hasta fines del 1700. Pero desde mediados del 1800 se gesta una singular expansión, en la cual los límites del sistema capitalista son los límites del planeta, se van incorporando ahora de manera activa y no solo por la vía comercial cada parte del planeta a un sistema con diferentes grados de desarrollo y patrones de inserción en este sistema, pero todos partes de una misma lógica. Las secuencias de hegemonías (primero españolas, holandesas inglesas, francesas entre el siglo xvii hasta el siglo xx) se resolvieron en buena medida en el siglo xviii, con el liderazgo inglés y luego de la Primera Guerra Mundial bajo la dirección de los asuntos mundiales por parte de Estados Unidos. Tomemos en consideración que la Revolución rusa de 1917 y china de 1949 fueron unas rupturas parciales pero muy significativas de este tipo de orden mundial.
Pero, aun así, este sistema-mundo capitalista continuó su marcha revolucionando cada vez más sus bases materiales, políticas y culturales de existencia. En cada etapa de estos cambios de dirección del orden mundial se perfeccionaron no solo los modelos productivos sino que, junto a esto, las formas de la razón política de cada imperio y Estado, dando lugar a una más sofisticada clases de dirigentes, seguras de sí misma y aptas para confrontar los más diversos escenarios.
Es claro que las rutas que ponen en circulación la riqueza desde las periferias del sistema hacia sus centros, en olas expansivas, van alterando los esquemas económicos y organizativos del capital en los centros y la periferia en la búsqueda de la máxima ganancia. Pero se debe destacar, desde el énfasis de este escrito, que cada gran ciclo de impulso altera con nuevos saberes de poder estratégico el período anterior. Nuevas tecnologías militares, políticas y de análisis de inteligencia como de control cultural surgen. Todo nuevo ciclo hegemónico aprende de las potencias anteriores. Clasifica sus saberes y aplica combinaciones entre tecnologías del control de poblaciones hasta sofisticados procedimientos de control de desplazamientos, de asentamientos territoriales, controles de vías y, por encima de lo anterior, de prevención de rupturas de poder.
4. El agotamiento de la geopolítica clásica
Desde estos señalamientos, es posible sostener que un problema sustantivo en el estudio de las relaciones de poder mundializadas y en el análisis geopolítico contemporáneo es continuar centrando el eje analítico en el Estado-nación territorial, que alcanzó su cénit a mediados del siglo xx bajo diversas formas y que logró rearticularse, por algún tiempo, al ritmo acelerado de la globalización.
Hoy acontece un vertiginoso proceso de deslocalización de la política. Desde arriba el orden geopolítico continúa rigiéndose por las relaciones de poder mundial que tienden a conservar ciertos rasgos nacionales y que en su representación exacerbada adopta la forma de Gobiernos populistas nacionales y autoritarios, los que intentan restaurar la relevancia del Estado-nación y que tienden a colisionar con los intereses de las élites móviles que no viven atadas a las fronteras nacionales y que se benefician del sistema-mundo (Wallerstein, 2007) o de un mundo global libre, carente de controles (Hobsbawm, 2007).
Sobre esto conviene destacar que, si bien varios de estos modelos nacionales han alcanzado su legitimidad en los procesos electorales, el despliegue del apoyo social no implica en ningún caso que serán capaces de contener la corriente histórica de la mundialización que tienden a urdir un territorio vivencial contradictorio en todas las sociedades. Fisonomía de época que opera como un afluente constante de los grandes conflictos que continuarán acompañándonos en los próximos años, y que se caracteriza por la demarcación de quienes pueden acceder a los beneficios de este mundo global y quienes, aún con esfuerzos de competitividad y poder político, no lo lograrán.
Además del agotamiento del Estado-nación y de la emergencia de un sistema que trasciende las fronteras geográficas, se observa una segunda tensión que redefine la visión clásica de la geopolítica. Prigogine (1997), Isabelle Stengers (2017), así como otros autores, desde distintos enfoques han postulado la aceleración del tiempo como el hilo conductor de ensamblaje de la vida de los actores sociales. Hoy las mutaciones históricas, políticas, económicas y sociales se tornan más rápidas e inciertas; las distancias y las relaciones sociales están sometidas a una mayor intensidad y complejidad por unidad de tiempo; los ciclos de la economía y el comercio se aceleran como resultado del acceso a la información en tiempo real; las guerras a distancia y el acceso a nuevas armas tecnológicas afectan la rapidez de la toma de decisiones por parte de los Estados, las que a su vez se producen en contextos de inmensos cúmulos de información; del mismo modo, la rapidez de los cambios impactan también los tiempos laborales y productivos. Fenómenos que son independientes de la política e ideología y que se manifiestan en diverso grado en todas las regiones del planeta.
En la geopolítica clásica (Lacoste, 1990), la idea del espacio se definía en virtud de una geografía territorial convencional y de un tiempo regularizado. Hoy el espacio está mundializado y el tiempo acelerado, con lo cual los criterios de análisis tradicionales se alteran, mientras que las definiciones provenientes de la modernidad política ven limitada su capacidad para explicar lo que acontece. Indudablemente, se trata de un giro de carácter irreversible. El mundo tal como lo conocemos hoy no retornará al ciclo del Estado-nación, ni al Estado de bienestar. En este nuevo mundo móvil, rápido y flexible, las convencionales fronteras entre paz y guerra, economía y política, regiones y culturas, soberanía, pueblo y nación, se difuminan, no para desaparecer, sino para constituir un ámbito original de la geopolítica mundial, que ha sido descrito como la emergencia de los nuevos poderes mundiales (Negri, 2008).
Desde esta perspectiva, resulta esencial integrar al nuevo campo de análisis la incidencia de regímenes biopolíticos mundiales. Dos grandes variables actúan de manera combinada en esto último: las nuevas relaciones de poder globalizadas, por la vía de transformar de manera cada vez más acelerada la naturaleza y el medioambiente, terminan afectando las posibilidades de desarrollo y las condiciones de vida de vastos y localizados sectores de la población mundial.
Una segunda variable, que también perturba los modos de vida actuales, es la penetración psicosocial del miedo y la obediencia, fenómeno en el que se basa la exacerbación del control e intervención policial y militar. El miedo a las migraciones, a las enfermedades, al desorden público, a la violencia, son fenómenos que con mayor recurrencia afectan a las periferias del planeta y cuya exaltación por parte de los Estados, los Gobiernos y los medios de comunicación hegemónicos contribuyen a que amplias regiones y sectores de la poblaciones sean sometidas al biopoder, que solo los incluye como fuerza laboral, como proveedores de recursos y que los desecha de manera constante, nutriendo en este ciclo la emergencia de nuevos conflictos que terminan afectando la estabilidad política y las posibilidades de paz de amplias regiones del planeta.
Un tercer elemento, que impacta la geopolítica actual, es la decadencia y pérdida de legitimidad de las instituciones internacionales como garantes de los acuerdos y pactos entre Estados y regiones a escala mundial.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) es el resultado de dos guerras mundiales, de la Guerra Fría, e indudablemente en su existencia ha contribuido a la amplificación de los derechos fundamentales de la humanidad. Sin embargo, en un contexto más amplio, el paso a la globalización y las reconfiguraciones de la vida social somete a la ONU y a los demás organismos internacionales a desfases entre la definición dogmática de los derechos y sus posibilidades de implementación práctica o incluso su capacidad de hacerlos cumplir mínimamente.
La vigencia del derecho internacional, desde un plano ontológico, alude en este siglo a una noción antigua de la modernidad y la ilustración kantiana de una ciudadanía universal, de una noción de igualdad frente a la vida y sus creaciones humanas. Sin embargo, habitualmente emerge la fragilidad del pacto moderno, singularmente en el momento en que resurge la hipótesis de Carl Schmitt (2013) sobre la relación polar de amigo y enemigo. Complementariamente con lo anterior, el reordenamiento de poder actual habitualmente pasa por encima de los derechos de minorías y mayorías, mientras que los fundamentalismos de diversos tipos ponen radicalmente en duda las posibilidades de representación de las instituciones y organismos mundiales.
Un cuarto proceso que afecta la geopolítica clásica es el surgimiento de la violencia trasnacional, la cual tiene un impacto sobre los Estados y los sistemas de alianzas estatales. Hoy grupos de poder corporativos, fracciones integristas y nuevos actores del delito trasnacional le disputan al Estado el monopolio legítimo de la violencia tanto a nivel local como mundial. Ya no vivimos en la época, como señalaría Max Weber (2009), en la que el Estado,
Es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el “territorio” es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos solo se les concede el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del “derecho” a la violencia (pp. 83-84)
Así, en la actualidad los Estados se sitúan junto con los demás grupos de poder y violencia dentro de las redes mundiales del biopoder, mientras que las lógicas de control y dominio, redes y nodos configuran un nuevo mapa de conflictos, fenómenos que la geopolítica clásica en el pasado tendía a interpretarlos como asuntos exóticos (Kjellén, 2008; Mackinder, 2011; Ratzel, 1988), entre estos procesos me refiero a las teorías de conflicto entre regiones o a los conflictos entre civilizaciones.
En este ámbito, una de las teorías que emerge en la década del 1990 es la de Samuel Huntington (1993), quien señaló que en el nuevo orden mundial no se darían los enfrentamientos por causas ideológicas, geográficas o económicas, sino por el choque de civilizaciones, tesis que se popularizó en brazos de la violencia del integrismo, de las guerras en el centro de Europa e incluso por el dramático asunto de Chechenia. Desde esta perspectiva teórica, se podría postular que las viejas identidades buscaban un espacio luego del derrumbe del comunismo y que esto no sería ni pacífico ni breve. También presumía que Occidente se había reencontrado con su ethos fundante de hegemonizar el planeta; por ello, la civilización occidental se tornaba cada vez más peligrosa para otras civilizaciones. No obstante, la tesis de Huntington tendía a sucumbir en un transformismo rápido; ahí donde antes se hablaba de regiones desde la geografía histórica, él proponía la noción de civilizaciones localizadas territorialmente, que podían ser portadoras de amplios conflictos y tensiones, pero en su desarrollo no analizaba que el nuevo orden mundial, en la lógica de la globalización, producía fracturas, mezclas e hibrideces muy amplias y que, más allá de la noción de choque de civilización, muchos de los conflictos actuales eran resultado del incremento de las desigualdades sociales y económicas.
Por otra parte, la palabra “civilización” era sinónimo de una jerarquización y supremacía cultural. De forma hábil omitía la noción de poder y las relaciones de poder del centro de análisis. Luego de los atentados de las Torres Gemelas, la tesis Huntington dará pábulo a discursos como los del presidente George Bush2 sobre la cruzada civilizatoria que se lanzaría. De esta forma, en la década de 1990 estaban en circulación las tesis del fin de la historia de Francis Fukuyama (1992), la del choque de civilizaciones de Huntington (1993) y, desde un enfoque más solidario, pero menos influyente, el desorden mundial de Zbigniew Brzezinski (2005).
Lo que estaba sucediendo a fines de 1990 de manera contundente, era el surgimiento de un escenario largo de una nueva y muy original lucha por el poder del mundo, las ruinas de la Guerra Fría habían dejado amplias zonas del planeta y grandes números demográficos en situación teórica, de ser objetos pasivos del nuevo orden en marcha. Empero, este nuevo modelo de poder suponía observar sin prismas tradicionales lo que efectivamente estaba en disputa. Desde Huntington, la línea de conflicto no era entre ideologías, como durante la Guerra Fría, pero sí era el control y liderazgo sobre poblaciones y recursos en una mapología fragmentada, e incluso dispersa de regiones, subregiones, naciones, localidades, actores sociales, grupos legales e ilegales y económicos de todas partes, de manera continua y simultánea, en una extendida agonía del Estado nacional, de las instituciones de derecho internacional público y de una prolongada crisis de confianza en las instituciones representativas. Era una lucha por el poder mundial de alcance inédito en un campo de contiendas no convencionales y mucho menos clásicas.
Así, el modelo de dominio de liderazgos y hegemonías, que fue determinante de distinta forma durante más de cinco siglos, había saltado hacia un mayor estadio de entropía con el derrumbe de la Unión Soviética y sus sistemas de alianzas por arriba, junto con la irrupción de China como poder de última generación, en su formas, impulsos y manejo estratégico de los recursos del Estado y la economía.
Pero si bien ese fue el núcleo visible de las trizaduras, los temas y tendencias más de fondo recorrieron un largo tiempo hasta forjar una forma de agotamiento de civilización, que no se remitía a lo que se denominó los socialismos burocráticos; tampoco a una crisis clásica del sistema capitalista mundial (Rivas, 2011). La lógica del fenómeno, en todo caso en lo más inmediato, no era completamente nueva, se la puede observar en sus sendas largas desde 1914, pero remitía al conjunto total de las formas de producción de la vida social y material, a una crisis de racionalidad sistémica de formas de convivencia democrática. Desde luego, en diversos grados y formas, era la manifestación de un conflicto muy profundo del propio modelo de vida humana y su racionalidad, que resultó tanto de las revoluciones políticas, como de la Revolución Industrial en los siglos anteriores. Lo que no fue integrado por la geopolítica tradicional, que se situó con persistencia en la noción de un conflicto clásico entre grandes potencias.
Es necesario recordar que existieron varios órdenes en los siglos anteriores, desde los cuales se disputaron las fuentes del poder mundial: desde el origen de la era westfaliana (1648), pasando por la Revolución francesa (1789), el sistema de equilibrio europeo, el Congreso de Viena (1814-1815), el auge de los nacionalismos, la Revolución rusa (1917), el advenimiento del fascismo y el nazismo, la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y la Guerra Fría (1947-1991); y hoy, entre Occidente y la gran zona asiática encabezada por China.
Las grandes revoluciones rusa (1917) y china (1949), pusieron en disputa ese orden, pero no lo alteraron. Jugaron una carrera en los patrones de medición del mundo occidental. Durante la Guerra Fría convivieron como un subsistema dentro de un esquema sistémico hegemónico signado por Estados Unidos; en el caso de Rusia, el modelo de existencia y desarrollo colapsó cuando intentó reformarse.3 En rigor, no lograron tejer una nueva disposición mundial, sino que intentaron superar el orden dominante desde una mirada de poder clásica. La geopolítica de la Rusia soviética fue diseñada desde la contención y la construcción de un territorio defensivo alrededor de su área vital; lo cual era comprensible, pero análoga a la usada por Estados Unidos en amplias zonas del planeta. Lo original de la época actual, desde lo que se denomina el sistema-mundo (2003), son los equilibrios provisionales.
Un quinto factor que limita la capacidad explicativa de la geopolítica clásica proviene del campo de la economía. En efecto, las relaciones humanas están íntimamente articuladas con procesos rápidos y de gran impacto provenientes del mundo de las finanzas, el medioambiente, el clima, las comunicaciones y, junto con esto, las capacidades amplias de destrucción de la vida de la especie son cada vez más un operador sustantivo para un análisis actualizado de la situación mundial.
Así, en el contexto anterior reseñado, el patrón global de poder posterior a la Segunda Guerra Mundial se comenzó a agotar con celeridad hacia fines del siglo pasado, por varios factores, entre los cuales concurren, además de los ya señalados, los siguientes: la pérdida de competitividad y ganancia de los centros económicos mundiales, las pugnas intercapitales entre Japón, Europa y Estados Unidos, la mundialización de las relaciones económicas que dio lugar a nuevas competencias en el mercado internacional que vivió el arribo de China, India y Brasil, protagónicamente con productos baratos, bajos salarios y gran agresividad comercial. Operan también aquí los efectos no deseados de la cuarta Revolución Industrial,4 en la cual estas y otras naciones se convierten en competidores no clásicos.
5. La urgente transformación disciplinaria de la geopolítica clásica
La naturaleza híbrida de los estudios geopolíticos contemporáneos se explica, por una parte, por sus cruces con la geografía, la economía, la política internacional, la demografía y las teorías de la estrategia y las guerras (Méndez, 2011). Pero, también, porque el ámbito del poder está ubicado no en los fetiches de las armas y recursos, sino en las relaciones sociales. Desde este enfoque la política es asumida no solo como una artesanía instrumental de mando legítimo o aceptado, sino como un arte estratégico en la dirección de los procesos sociales. Por ello, la actualización del campo geopolítico, a partir de las tensiones anteriormente analizadas, imponen el imperativo de alcanzar con urgencia la articulación teórica de las disciplinas, epistemologías y metodologías que la componen.
De allí la necesidad de que asuntos, como son las nociones de calidad de vida, el espacio más allá de la dimensión geográfica, es decir, como un plano relacionado con el tiempo en términos de intensidades productivas, así como las relaciones de poder y dominio y, desde luego, los impactos sobre los territorios y las poblaciones de las políticas y decisiones estratégicas, sean incorporados como variables de la geopolítica.
Por otra parte, el poder de los Estados, su ubicación estratégica, sus recursos, su calidad político-estratégica, se configuran como factores decisivos a la hora de analizar el concepto de riesgos, amenazas y poder de una identidad política, pero no al estilo decimonónico, sino como parte orgánica de un tablero mundial. Estos son algunos de los espacios constitutivos de los desafíos en curso de la geopolítica hoy. Se trata de poner en diálogo lo tradicional de las agendas geopolíticas con lo emergente.
Profundizando esquemáticamente en lo disruptivo. Se está tanto en presencia de una situación mundial de alta inestabilidad y volatilidad, rasgo distintivo que perdurará por algunas décadas más, como en un constante cambio en las alianzas y formas de poder. Procesos que agobian el sistema mundial de la pos Guerra Fría, y a sus ideologías de aperturas a los mercados, derechos y relaciones entre las naciones.5
Además, en relación con los conflictos en curso tiende a generarse un rechazo a las soluciones intermedias o pactadas en muchas naciones, procesos que fueron comunes entre 1990 y el año 2014, y que dan lugar hoy a la pérdida de un sentido común confiado y de expectativas de época, que se refería a las soluciones denominadas consensuadas. Hoy, múltiples fracciones políticas y sociales se movilizan a escala mundial, o por una alternativa de democracia participativa y de una economía moral, o por soluciones conservadoras duras frente a efectos de las crisis de legitimidad y estabilidad económica y social. En todo caso, el actor social mundial ha ganado en autonomía y determinación.
Las aproximaciones a este cambio de época global y de redefinición geopolítica alude a diversas opciones de énfasis diferentes. Para las miradas de la política y la sociología contemporánea, se trata, como ha señalado Manuel Castells (2017), de una ruptura signada por una crisis de legitimidad de las tipologías liberales de democracia contextuada, en amplios descontentos sociales y políticos, lo que se traduce en climas arraigados de desconfianza en los marcos de instituciones del Estado y en el agotamiento tendencial de la gobernabilidad (Castells, 2017).
Para otros, como el exsecretario de Estado, Henry Kissinger (2016), el más importante dilema y desafío de los hombres y mujeres de Estado hoy es la reconstrucción de un nuevo sistema internacional que se sustente en un equilibrio entre poder y legitimidad, asumiendo que esto no es solo especialmente complejo, sino que, además, requiere de capacidades muy notables de las instituciones y altos funcionarios en medio de una dinámica de intereses diversos (Kissinger, 2016). Es evidente que la ventaja excepcional que tenía Estados Unidos como potencia única, luego del desastre soviético, caducó y se configuró de forma mucho más repleta de alternativas.
En todo caso, las tesis en juego ya no conservan la misma pertinencia de la pregunta de Zbigniew Brzezinski, refiriéndose a que el dilema de Estados Unidos era entre liderazgo y dominación global. Este pensador plantea que el poder estadounidense le permite a dicho país consolidar su soberanía, al tiempo que esta nación es la garante de la estabilidad mundial, lo que le permitiría tejer una comunidad global de intereses compartidos. Pero también advierte —con más realismo— en ese escrito que mal diseñado e implementado esto, podría desembocar en el caos y sumir a su país en un acoso sostenido (Brzezinski, 2005).
6. La trasformación
Como se ha señalado, desde hace aproximadamente cinco siglos, el poder geopolítico material de las civilizaciones se refiere desde el pensamiento tradicional a espacios geográficos, recursos y a la ubicación territorial, además de ciertos rasgos culturales, del tipo que permite la permeabilidad de fronteras y mentalidades6 (Braudel, 1983).
Pero hoy, la noción de espacio, transformación que abarca también el exterior inmediato, el ciberespacio, la producción científica y la calidad estratégica del Estado y el Gobierno (Acemoglu & Robinson, 2012), alteran las visiones de la geografía y geopolítica convencional. Pero no son solo las nociones de geografía y espacio las que requieren actualización, sino también la del Estado y el poder del Estado. El poder factual y cualitativo, referido al tipo de inteligencia colectiva de una nación, sus gobiernos, comunidades académicas y científicas, y al desarrollo humano implicado en todo esto, es un factor decisivo al momento de analizar las cualidades de conflicto de una comunidad, de los Estados y sus relaciones en el mundo contemporáneo (Polanyi, 2011; Hobsbawm, 2011). No se puede analizar la noción de poder hoy por fuera de estas variables. Desde las lógicas de dominio, el poder supera los límites locales y se establece como forma de relación social transversal en la vida de los sujetos, las comunidades, los Estados y las regiones.
Los giros del orden geopolítico, que se producen sin pausa desde 1990, han alterado las estructuras mundiales y nacionales de la política con una magnitud análoga a la de la Primera y Segunda Guerra Mundial, pero sin darse en sus procesos de transformación los grandes conflictos bélicos de 1914 a 1918, o de 1939 a 1945. Las guerras locales han sido duelos acotados de las potencias, pero no desafíos a todo el orden establecido (Aron, 1987). No obstante, importa recordar que en Berlín y Cuba estuvimos cerca de una guerra convencional o nuclear a principios de 1960, más por factores de prestigio que por sensibles asuntos estratégicos, como demuestran los datos fríos.
Se trata hoy de un cambio en los balances de poder que se alejan de los nacionalismos y políticas de los imperios de 1914, o de los grandes duelos de ideologías de 1939 (Hobsbawm, 2012). Lo que está en disputa, desde un enfoque realista,7 es la dirección y poder mundial de la vida del planeta, pero dentro de una forma aceptada de funcionamiento del sistema-mundo. Esto implica, por una parte, que las líneas de fracturas entre las grandes potencias no se dan en términos de capitalismo y anticapitalismo, sino de cómo se gobierna el sistema-mundo.
Desde un plano distinto y de manera disímil, desde hace algún tiempo Negri (2001), Bauman (2006) y Beck (1999) han postulado la emergencia de un actor social mundial más solidario, que demanda nuevas formas de vida democrática, pero que por ahora no tiene condiciones de competencia en el conflicto señalado a escala mundial. Este actor social —no político— apela a modelos más comunitarios de vida, sus anhelos provienen de los efectos y malestares de la crisis de civilización anteriormente analizada.
La relevancia de estos procesos es la emergencia frente a la tipología clásica de los actores geopolíticos, un actor nuevo alterativo que va más allá de los Estados y de las instituciones, que descoloca en muchos casos los mecanismos de control geopolíticos y que indica que los actuales conflictos políticos y geopolíticos mundiales no son exclusivamente entre los Estados del mundo (Bauman & Bordoni, 2016).
De esta forma, el análisis geopolítico se sustenta en patrones de racionalidad que, a pesar de todo, sus dolores y avatares actuales son un ámbito que resulta ser decisivo en la compresión de la dinámica social y política. Modelos cognitivos, paradigmas e incluso técnicas, a la búsqueda de pesquisar tendencias y lógicas sobre procesos que resulten mínimamente descifrables con instrumentos convincentes, con el objeto de recuperar aquello que la racionalidad clásica, con su lógica abstracta y formal, basándose en lenguajes sofisticados y muchas veces sublimes, nos ha aportado.
Las políticas públicas nacionales y mundiales, que se vinculan con la geopolítica, se basan en modelos de racionalidad que intentan acotar la incertidumbre (Touraine, 2005). Sin embargo, estos patrones de análisis presentan varias de las insuficiencias ya analizadas. La cantidad de actores mundiales y regionales con intereses singulares es amplia, las agendas críticas en cada región son múltiples, con sistemas de gobierno aún simples,8 mientras que los nuevos actores sociales y políticos quedan situados en la encrucijada de abordar temas emergentes con instrumentos tradicionales. Por otra parte, la política exterior de cada país no tiene grandes rumbos, mientras que las instancias multilaterales y de integración se encuentran debilitadas o saturadas de asuntos secundarios.9
Hace ya décadas que la humanidad ingresó a una amplia crisis de racionalidades en la cual la política, en un sentido moderno, parece sintetizar el drama de este siglo que se acorta velozmente, al tiempo que se hace más densa desde el plano de los nuevos temas y de la urgencia democrática que está implicada en cada uno de ellos. No es necesario compartir las tesis de los posmodernos en política internacional, para señalar que el orden mundial no da abasto para la realidad factual de los procesos mundiales (Deleuze, 2014; Luhmann, 1998). Las fracturas en las nociones de orden y sistema histórico de la civilización son amplias y aceleradas (Prigogine & Stengers, 1997). Lo predecible hoy es poco y, en todo caso, no implica a los fenómenos más extensos y claves para la vida humana como son la estabilidad económica, la calidad de la política, el derecho a la educación y la salud, así como el deterioro del medio ambiente,10 derivado de las devastaciones de la naturaleza, la migración11 y pandemias.12
La sensible caída de la gobernabilidad mundial y de la solvencia de las instituciones electas en los países es la manifestación evidente, pero no única, de un cambio de mentalidades, tanto de la población que presenta mayores niveles de escolaridad como los que están inmersos en las redes sociales de comunicación actuales, fenómenos que expresan las inflexiones orgánicas entre política y poder (Touraine, 2005). Tensiones que se proyectan en la contraposición entre política y poder, entre lo local y lo global, entre apertura cosmopolita y nacionalismo, entre Estado histórico-nacional y mercado mundial o sistema mundial. Estos pares de asuntos han colocado tanto a las derechas liberales frente a las derechas regresivas en fuerte dilemas, como a las izquierdas sociales frente a las izquierdas tradicionales en singulares impases. Ahora bien, esta relocalización de derechas e izquierdas, de conservadores y liberales entre lo social y lo político, en virtud de las matrices mercado, Estado, mundo y país, cambio y conservación, son lo distintivo —aunque no único— de alteraciones en las relaciones de poder y hegemonía a escala intencional, así como de indicadores de los territorios de conflictos que surcan el planeta.
No se trata solo de la evidente crisis de las democracias liberales o de los regímenes autoritarios, o de los ciclos cada vez más acelerados de la economía.13 Todo un orden mundial, cultural e institucional está mutando hacia un estado de redefinición que transitará por cambios en los términos de su naturaleza y organización. Esto será crítico y probablemente violento, desde el ángulo de la vida social consagrada, y dará paso a diversas formas de guerras y conflictos armados que, en sus extremos lógicos, pueden llegar a guerras generales en regiones del mapa mundial y también a escala internacional. Hay zonas calientes y críticas hoy en día, por lo menos en el mar de China (Granados, 2014), en Ucrania,14 Siria, Colombia, México, Venezuela, Oriente Medio, ya que se encuentran en un alto nivel de riesgo y gravedad, que pueden derivar e irradiar a sus regiones geográficas. Otras tramas más localizadas, pero que son fértiles en posibilidades de complejidad, son los casos de Cataluña y el brexit; y, desde luego, el reciente desarrollo del fenómeno de los chalecos amarillos en Francia.
En las últimas décadas, las ciencias, la economía, la filosofía y, de manera abrumadora, la política, han debido entrar en diálogos muchas veces desbastadores con nuevos modelos, paradigmas, lenguajes y teorías, que aluden al fin del gran edificio de la racionalidad y al imperativo de ponerla en relación con los modelos de complejidad. Empero, estos cambios en las condiciones de producción de saber no han arribado con fuerza a analíticas de carácter estratégico y geopolítico, desde el ángulo de la gobernabilidad con democracia a un diálogo mundial amplio y fructífero, a pesar de toda la abundante producción intelectual que se conoce.
7. Conclusiones
La geopolítica contemporánea está situada por lo menos frente a seis grandes imperativos: 1) aumentar la capacidad para identificar tempranamente el posible traslado de las hegemonías desde la zona Atlántica Norte al Asia con eje central en China. Indudablemente el mundo Occidental seguirá jugando un importante rol, pero todo parece indicar que se agotaron los siglos de una modernidad eurocéntrica. Las formas dependerán de cómo se ordenen en magnitud secuencia y efectos las pugnas actuales entre las grandes potencias de hoy; 2) integrar el ámbito de lo social como campo de fuerzas y factor de poder, desde el biopoder y la biopolítica; superando de esta forma la predominante mirada desde arriba y desde el centro de la historia mundial; 3) incorporar la aceleración de los tiempos históricos y políticos, velocidad que afecta la clásica noción de espacio, pausado y predecible; 4) incluir como factor de análisis el impacto de las nuevas tecnologías de la comunicación, transmisión e información. Todo es no solamente más rápido, sino más cercano e interconectado; el mundo es más pequeño como espacio del conflicto y el poder. Así mismo, las tecnologías de punta hoy afectan los modos de producción, el medioambiente, la propia categoría de vida y sus potencialidades, y con ello la potencia los Estados y regiones. La biotecnología, las nanotecnologías y los materiales sintéticos están ya modificando nuestros contornos convencionales. Una geopolítica para hoy debe ser capaz de complejizar su objeto de estudio, ampliar los enfoques y métodos de análisis y elaborar líneas de investigaciones en relación con las nuevas fuentes de poder; 5) analizar el impacto y los riesgos de un orden mundial carente de controles y profundamente desigual, rasgos que originan muchos de los principales problemas políticos y sociales del siglo xxi, desde el ángulo de una crisis de civilización y racionalidades, y por último; 6) incorporar como riesgo de la política, de los derechos y de la paz, la tendencia, frente a la violencia local, nacional y transnacional, de poner en juego dispositivos de control e intervención social y mundial.
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1 De origen sueco, realizó importantes aportes para la geografía alemana.
2 En su discurso, George Bush, diez días después de los atentados a las Torres Gemelas, mencionaba: “Los estadounidenses preguntan: ‘¿Cómo vamos a pelear y ganar esta guerra?’. Canalizaremos todos los recursos a nuestro alcance —todos los medios diplomáticos, todos los instrumentos de espionaje, todos los mecanismos para hacer acatar la ley, todas las influencias financieras, y todas las armas de guerra necesarias— hacia la destrucción y la derrota de la red global del terrorismo”. Ver más en ABC.es (2001).
3 Mijaíl Gorbachov (1996) entre 1985-1991 implementó reformas económicas internas en la Unión Soviética, conocidas como Perestroika.
4 La IV Revolución Industrial es resultado del desarrollo tecnológico y se centra en el despliegue de la robótica, el incremento de las conexiones entre dispositivos y en la creación de espacios ciberfísicos.
5 En este caso, uno de los temas que desafía la estabilidad mundial es la política comercial proteccionista de Donald Trump; sobre todo, respecto a la guerra comercial con China. También se ve una grave afectación a los derechos de los migrantes, debido a las políticas migratorias que ha desatado en lo que va de su mandato.
6 Las posiciones que adopten los países también dependen de las condiciones en las cuales se encuentran, así como también de sus aspiraciones; para lo cual, pueden basarse en las principales escuelas de geopolítica, como son: la inglesa, francesa, alemana, estadounidense o la china.
7 “El realismo es una mirada descarnada, homogénea y bastante impregnada por un supuesto derecho de los más fuertes para dominar. El ‘interés nacional’ es uno de los conceptos fundamentales en el pensamiento de Morgenthau. Para el realismo existen algunos principios básicos. Cree que la sociedad en general y la política son gobernadas por leyes objetivas sustentadas en la naturaleza humana. Si uno quisiera mejorar la sociedad, habría que conocer dichas leyes sin importar nuestras preferencias. Por lo tanto, el punto fundamental se concentra en el concepto de interés. El realismo asume que este es definido como poder. Todo poder debería ser también una categoría objetiva y universalmente válida. Los realistas se rehúsan a identificar las aspiraciones morales de una nación con leyes morales que rijan al universo. Lo predominante es el mantenimiento de la autonomía de lo político, porque así se preserva mejor el objetivo principal que es el ejercicio y el mantenimiento del poder como el mecanismo más adecuado para defender los intereses nacionales” (Gamboa, 2014).
8 Al respecto, también es importante destacar el discurso del expresidente Ricardo Lagos, en su visita a Ecuador, donde inició su participación refiriéndose a “una visión más amplia del mundo, a los cambios que otorga la globalización al hombre como herramientas para generar productividad para labrar el porvenir. Se basó en la ética, pero también en el liderazgo que debe ser desinteresado. Lagos insistió en los cambios que proporcionan las nuevas tecnologías, la internet, la globalización; lo que significa vivir con la inteligencia artificial, con la robótica que a su juicio va a remplazar el trabajo. Elementos que operan con una rapidez desconocida en la historia humana” (La Conversación, 2018).
9 La crisis más evidente que se ha podido observar en los últimos años, en cuanto un organismo de integración regional, es la que atraviesa la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), en la cual la decisión de seis países de suspender su participación en ese organismo ha desencadenado en una serie de dificultades internas, además que hasta la fecha no se ha podido elegir a un secretario general. Este último motivo sería una de las razones principales por las cuales Unasur se encuentra paralizada; desde luego, también hay que considerar las diferencias ideológicas que existen entre los países miembros y eso ha imposibilitado las opciones de llegar a un consenso. Asimismo, crisis similares atraviesan otros mecanismos de integración, como son la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y el Mercado Común del Sur (Mercosur).
10 “Según nuevos datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), nueve de cada diez personas respiran aire con altos niveles de contaminantes. Las estimaciones actualizadas muestran que siete millones de personas mueren cada año por la contaminación del aire ambiente (de exteriores) y doméstico; es una cifra alarmante” (OMS, 2018).
11 Para información más detallada con respecto a migración, se sugiere revisar el último informe publicado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), titulado Informe sobre las migraciones en el mundo 2018. Disponible en https://bit.ly/2KYYXQB.
12 Según la OMS, las pandemias que más afectaron en 2018 al mundo fueron: cólera, difteria, paludismo, meningitis, fiebre amarilla, malnutrición.
13 Al respecto, ver los informes presentados por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Perspectivas de la economía mundial. Retos para un crecimiento sostenido. Octubre de 2018, disponible en https://bit.ly/2KYYXQB; y el Informe anual del Banco Mundial. Julio 2017-junio 2018, disponible en https://bit.ly/2U21vyg.
14 “Desde que los separatistas, apoyados por Rusia, conquistaron partes del Donbás a principios de 2014, los combates han dejado más de 11 000 muertos y miles de heridos. Millones de civiles están desplazados en Ucrania o viven como refugiados en Rusia. El Acuerdo de Minsk II de febrero de 2015 establece un marco que tanto los líderes rusos como los aliados occidentales de Kiev ven como la única manera de terminar el conflicto” (Estudios de Política Exterior, 2018).
Estado & comunes, revista de políticas y problemas públicos. N.° 9, vol. 2, julio-diciembre 2019, pp. 69-86.
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